Mirá cómo esquilan a las vicuñas en Catamarca

El silencio puneño se come la señal de los teléfonos y la altura se traga los signos de urbanidad: la electricidad, el asfalto, los autos, los ruidos. Las montañas cambian de color con cada golpe de vista y el cielo tiene miles de azules en Catamarca. Estamos en la tierra de la vicuña señores, donde el oxígeno de los 3.380 metros sobre el nivel del mar se busca con afán. Aprieta el pecho, la tierra vuela y el silencio abruma, lastima. Parece que el viento llevara una copla: “No caces vicuñas con armas de fuego, Coquena se enoja, me dijo un pastor”, se deletrea del aire, como si esa copla anónima se escuchara ahora mismo en Laguna Blanca.

Este poblado del alto catamarqueño, ubicado a 400 kilómetros de la salteña San Antonio de los Cobres y a la misma distancia de la capital de la provincia, es la antesala de los 253 volcanes inactivos que tiene esa zona desértica de Catamarca y es el escenario donde, desde hace 13 años, los habitantes de esta reserva de la biósfera hacen la captura y esquila comunitaria de la vicuña salvaje.

“Vicuña esquilada es vicuña salvada”, dicen quienes potenciaron este programa de esquila protegida. “Un gramito más de legal significa un gramito menos de ilegal”, lo apoya Mauricio Pagani, guía de turismo y técnico del Prodernoa.

Es único en el mundo con el sistema de corral fijo. Se trata de un modulo de 40 hectáreas (3.817 metros cuadrados) donde hay cerca de 200 vicuñas a lo largo del año que van al ojito de agua contiguo a la laguna, un espejo con aves de cuentos de hadas: flamencos de color rosa.

En otros lugares, Bolivia, Perú, Chile, Ecuador se hace la captura, pero van ellos hacia la vicuña. En Laguna Blanca, la vicuña vive el año entero en el mismo lugar en que a principios de noviembre se la esquila. Es un módulo fijo al que acuden porque tienen agua el año entero y lo que se hace es cerrar la tranquera.
En Catamarca hay 45.000 vicuñas salvajes, aunque el número varía si se calcula a las zonas no censadas. En ese caso, llegaría a unas 70.000 cabezas, según los datos del Censo Nacional de Camélidos Silvestres. Aquí las vicuñas tienen su fibra más clara; más cerca de la Cordillera de los Andes presentan una tonalidad más oscura.

Los catamarqueños buscan animales con fibra fina, para facilitar el buen tejer; Laguna Blanca dejó de ser un pueblo de cazadores para transformarse en artesano desde el año 2000, cuando la chaku volvió a practicarse tras 25 años. El sábado las encierran en el módulo mientras las vicuñas se alimentan. Y un día después, para evitarles el estrés, las esquilan y de inmediato las largan.

Preservar la especie

Mauricio Pagani visitó una semana por mes durante los últimos años esta ciudad de la Puna y es un profundo conocedor de su gente, de sus silencios y de sus miedos. De sus sentimientos: “La significación principal de la chaku es la preservación de la especie. Hace 25 años quedaban 4.000 vicuñas en Catamarca y ahora ese número creció muchísimo porque se la preserva cuidándola de la caza. Para los habitantes de este lugar significó dejar de ser cazadores para convertirse en esquiladores. Significó preservar la especie con la que conviven. Además de esquilar y trabajar con su fibra, protegen al animal. Antes tejían en lanas de oveja y de llama”.

El sol sobra a cualquier hora, pero a las 8 de la mañana aprieta como si fuesen las 12. Se celebran sus rayos verticales que han surcado la piel de los laguneños hasta dejarla tensa, brillante. En invierno, la nieve precipita la temperatura a los 20 grados bajo cero y les cae en el lomo a las vicuñas, que soportan gracias a su extraordinaria fibra, con el mismo temple que el agua, escasa, que recibe esta tierra cuando el cielo deja de ser azul.

La hora de arrear

“Vayan preparándose ustedes. Ya”, ordena Raúl, enérgico pero tranquilo, a sus compañeros de la cooperativa Mesa Local de Laguna Blanca, organizadora del sistema de captura. Raúl es Raúl Gutiérrez, presidente de la entidad con 36 socios en casi 5 años de vida. El chico es un profeta en esta tierra, un promotor del hacer con mano propia. “Hemos vendido prendas certificadas y queremos ser nosotros quienes vendamos fibra de vicuña a Italia, Japón y Holanda. Ellos la compran en bruto”, dice. Franceses y españoles se anotan también entre los mejores compradores.

Nadie de afuera viene a decirles cómo hacerlo, son ellos quienes se ponen al frente y convierten a secretarios y ministros en obreros vicuñeros puestos a arrear. Tomados por sogas, empiezan a desplazarse dentro del módulo hacia el corral donde la encierran para la posterior esquila. La gente se aproxima con paso lento a las vicuñas. Alguna, intrépida, quiere pasar la barrera humana. Ungida de suerte, lo logra. Raúl pide asistencia al valiente que, en el aire, intentó frenarla sin fortuna. “Ahí, ahí”, grita. El grupo se cierra en torno del corral y agudiza su atención. Ellas están díscolas, se arremolinan, levantan tierra y percuten con las patas contra el piso. Tienen miedo. “Larguemos esa soga”, vocifera Isaac Casimiro, el delegado comunal, en el medio, entre la gente y las vicuñas.

La barrera humana es más gruesa cuando entra a la manga. Sin querer parecerse a un cantante venezolano algo pasado de moda, Raúl Gutiérrez, al frente del grupo, ordena: “Agárrense de las manos”. Se agarran y las vicuñas entran al corral verde. La gente aplaude. El encierro es bueno y sabrán luego que la esquila también: 179 capturadas, 136 esquiladas, con 80 nuevas vicuñas, nunca capturadas hasta entonces.