Tal vez en el aplauso final, sincero y emocionado, de pie y con el impacto todavía en el rostro de todos pueda resumirse «El mar de noche», el unipersonal escrito por Santiago Loza con el cual Luis Machín subió al escenario del Banfield Teatro Ensamble para mostrar los raros efectos del amor en un cuerpo, con un texto arrollador y una actuación memorable del actor rosarino.
La obra por la cual Machín recibió premios por su desempeño exige al actor más allá de la técnica que maneja con precisión de cirujano, le demanda a él también ponerle todo el cuerpo a un texto literario que tiene aires cortazareanos por momentos y hasta pasajes de descripciones minuciosas al estilo de Rodolfo Fogwill. Construye, eso sí, una atmósfera propia de una profunda angustia «que es distinta el miedo», se empeña en explicar el personaje.
En los movimientos precisos de sus dedos, casi imperceptible, en una posición que lo denota incómodo para contar a un personaje que sufre a la distancia y en soledad ante un otro que no está pero está, Machín construye climas desde un lugar de maestro de actores: dice lo que tiene que decir en el tono preciso en que debe decirlo y conduce al público por esos pasajes de tinieblas de un alma rota.
Machín arrastra a todos al bajofondo del dolor del que ama sin correspondencia ni medidas, del que quiere en el silencio de su mente y en el golpe de su corazón cuando ya no tiene carta alguna para jugarse. Y también en el otro lado del amante sufriente que quiere enrostrarle el dolor al ser amado, acaso culparlo del tamaño de su amor. Todo eso interpretado casi sin movimiento alguno, sentado, a veces con los movimientos escasos de una marioneta que va desarmándose de a poco.
El resultado es una obra intensa, impactante por cómo el actor se juega el pulso propio en una escalada arrolladora de tensión que recibe el aplauso como un premio merecido para un actor que no se queda con nada, como aquellos seres que aman sin medidas.