Lo que unía mi casa con la de la vecina del sexto era un pasillo de cincuenta metros con paredes de salpicré blanco que, después de cada viento fuerte, espolvoreaba cal en la cerámica roja del piso. Con piernas cortas y
Lo que unía mi casa con la de la vecina del sexto era un pasillo de cincuenta metros con paredes de salpicré blanco que, después de cada viento fuerte, espolvoreaba cal en la cerámica roja del piso. Con piernas cortas y