El 29 de enero de 1997, el escritor y periodista Osvaldo Soriano falleció a causa de un cáncer que, con apenas 54 años, lo alejaba del mundo. «Se fue un escritor de los que ya no quedan en la literatura nacional «, dijo Bioy Casares. Hoy, 20 años después, lo recordamos a través de una de sus novelas. ¿Colonia Vela es ficción o realidad?
No existe distancia entre la realidad de los mapas y aquellos pueblos que Osvaldo Soriano tomó prestados para ambientar tres de sus novelas más celebradas. El pueblo se llama, en realidad, Maria Ignacia-Vela, con ese incómodo guión en el medio, y se sitúa a cincuenta kilómetros de Tandil, Buenos Aires.
Es inútil tratar de quitar de nuestra jerga el nombre de Colonia Vela. Soriano tergiversó con efecto la identidad del pueblo en Cuarteles de invierno, No habrá más penas ni olvido y Una sombra ya pronto serás. Lo cierto es que Maria Ignacia-Vela es casi una sombra de Colonia Vela.
Como en tantas otras partes del país, la historia de este pueblo protagonista de Soriano se escribió con letras sobre vías y renglones como durmientes. En sus comienzos fue motor de progreso; hoy es el recuerdo edificado de una época de esplendor y un crecimiento que no llegó a ser.
La historia del pueblo se remite a la instalación de un almacén por parte de los hermanos Vela, llegados desde la Banda Oriental, que donaron parte de sus tierras para la formación del pueblo. El terrateniente Carlos Casares, con quien los hermanos Vela rivalizaban, hizo lo propio del otro lado de las vías del ferrocarril. El resultado fueron dos identidades para un mismo pueblo. María Ignacia, en honor a la hija de Casares de un lado; Vela, en alusión a los hermanos, del otro. El primer tren llegó en 1885 y trajo consigo el progreso. La estación de trenes se llamaba Vela y el pueblo Maria Ignacia.
En la época de Perón se expropiaron tierras entre Vela y Gardey para trabajar la tierra y formar colonias agrícolas. Una de las que se formó se llamó Colonia Mariano Moreno, donde se armó un equipo de fútbol legendario de las ligas agrarias. Soriano lo sabía, y de ahí se nutrió para crear Colonia Vela.
«Era un pueblo chato, de calles anchas, como casi todos los de la provincia de Buenos Aires», describe Soriano, sobre un Vela más desarrollado que el actual. Hoy no hay hoteles, como el que de mala gana aceptaron Rocha y Galván, los personajes centrales de Cuarteles de Invierno, apenas llegados al pueblo: «La vieja nos mostró el cuarto del fondo. La puerta daba a un patio amplio, lleno de flores (…) Rocha miró las paredes, el techo y los crucifijos sobre la cama. –No me gusta-dijo-, no tiene ventanas». Hay algunas pulperías, pero no bares, como el que Galván eligió frente a la plaza para tomar un café con leche. Tampoco está el cine teatro avenida. Permanecen sí, las acacias en el boulevard de la avenida principal.
«Ahí, ahí mismo en esa silla blanca. Ahí escribía Soriano», cuenta María de 80 años, la única sobreviviente de toda aquella historia del Bar de Tito. «Yo recuerdo dos veces que vino por acá. Venía con otros que se iban a tomar fotos al pueblo, y él se quedaba escribiendo y bebiendo caña fuerte ‘Ombú’ cuando hacía mucho frío. No sabíamos bien quién era, por eso creo que no se lo apreció tanto al principio. Después supimos un poco más y como a todos, parece que se lo valora más después de muerto«.
La principal actividad económica desde siempre fue la explotación agropecuaria. Los años fueron llevando a la localidad la escuela pública, el hospital, capillas, correo, juzgado de paz, hoteles, almacenes y comercios variados. Sin embargo, cuatro décadas después de su surgimiento, y tras años de cultivos primarios, la localidad no logró avanzar en la producción más elaborada de ningún tipo de materia prima. Todo lo producido se trasladaba en crudo a otros centros urbanos. De esta manera, María Ignacia-Vela, que cuenta por ejemplo con una planificación urbana similar a la de otras ciudades, no se subió al tren del progreso y el brillo comenzó a desvanecerse.
Vela vive hoy casi exclusivamente de la ganadería. En los años treinta llegó a tener siete mil habitantes. Con el cierre del ferrocarril, el número bajó a mil quinientos, y ahora ronda cerca de dos mil.
De todas maneras, como no todos son olvidos, el pueblo cuenta desde hace décadas con su Fiesta anual de la Serenata que se realiza a principios de año en la que la comunidad se funde en cantos y guitarreadas, mientras se aguarda la llegada del tren que ahora, sólo corre para la ocasión.