Un viaje en el tiempo por San Antonio de Areco, cuna de la tradición

Es domingo en San Antonio de Areco y un aire cálido perfumado por fresias y jazmín recorre el campo. Una brisa suave y persistente levanta el polvo de las calles y obliga a cerrar los ojos. Hay familias, parejas que se pasean de la mano y un grupo de amigos guitarreando a orillas del río Areco; pero no se los escucha: todo está sedado, hasta los perros, que apenas levantan el hocico del piso, como si les pesara.

A doscientos metros del puente que cruza el río, en el Parque Criollo, hay prueba de riendas y jineteada gratuita. Al costado, una mesa de madera sostiene fuentes con vacío y chorizos que, como un imán, atrae a quince personas que esperan su porción. Es que hace una semana se vive la Fiesta de la Tradición y va a durar hasta el 13 de noviembre, cuando un desfile de paisanos y tropillas despida la celebración más importante del pueblo y la más antigua y criolla del país.

En 1939, un grupo de vecinos y paisanos organizaron la Fiesta de la Tradición, hoy la celebración criolla más antigua del país, como homenaje al hombre de campo y sus costumbres.

Estamos a 113 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires pero uno siente que podría estar en un pueblo del año 1900, con sus costumbres de danza criolla y juegos camperos, intactas. Con sus paredes de ladrillos anchos. Aquí, en 1926, Ricardo Güiraldes escribió la novela Don Segundo Sombra, que se imprimió a pocas cuadras del Parque Criollo. Y también aquí los 23 mil habitantes sostienen las riendas del pasado y hacen honor a la designación de su pueblo como “Capital Nacional de la Tradición”, mientras esperan ansiosos el 23 de octubre para celebrar los 286 años de Areco, donde disfrutarán de los desfiles de paisanos, campeonatos de sapos, jugarán a la taba y se animarán a las carreras de embolsados. O sea, le harán honor a la tradición.

En el Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes, inaugurado el 16 de octubre de 1938, se resume la influencia que tuvo el reconocido escritor a la hora de hacer de la tradición gauchesca un modo de vida que aún hoy se mantiene.

Mientras cuida que nadie toque los muebles del museo, una mujer cuenta que a raíz de las reiteradas inundaciones que padecieron aprendió el oficio de restaurar muebles antiguos y mantenerlos -con precisión de cirujana- idénticos a los originales. En 2015 el museo tenía medio metro de agua y se dañaron casi la totalidad de las reliquias, entre ellas los libros de Güiraldes. En 2009 se desbordó el río y el agua llegó al metro y medio. La restauración -incluso de libros- se transformó en una actividad fundamental.

Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes

Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes

Del otro lado del río Areco, las casas son museos vivientes de estilo colonial: paredes de 50 centímetros de ancho, techos de siete metros y puertas por donde podría pasar un gigante. Las rejas de las ventanas y portones son un sinfín de curvas y contracurvas que sólo pudo hacer un artista. “Las rejas no están soldadas están remachadas”, comenta un hombre a su mujer mientras doblan la esquina que no tiene ochava y esquivan con los pies las naranjas que riegan los frutales.

San Antonio de Areco

San Antonio de Areco

La tarde se declara en el pueblo cuando entramos al taller de Isabel, que es a la vez su casa. Nos recibe con las manos teñidas de rojo e invita a conocer la lana de oveja que ella misma tiñe con productos naturales: cebolla, té, café, y plantas de su barrio, entre otros. “Compro el vellón de oveja, lo voy hilando y después lo tiño. Con el huso hago el hilo. Y con esa lana tejo en el telar caminos de mesa, pies de cama, chalinas”, dice orgullosa, mientras estira su mano -roja- para mostrarnos uno de sus chalecos preferidos y nos invita al taller donde teñirá con hierbas de la zona en vivo y en directo.

En el centro del pueblo hay más artesanos: plateros, sogueros, talabarteros y herreros son moneda corriente, sobre todo plateros, formados tras la huella de don Draghi. “Si bien es un poblado típicamente agropecuario, hay cientos de artesanos en diferentes disciplinas asociadas a lo tradicional”, reza un folleto informativo.

Las primeras estrellas se asoman tímidas y la luna marca un sendero de luz en la ruta 8. Hay vacas pastando y una fila de árboles a ambos lados del camino parecen despedirnos. Acaso protegen a este pueblo detenido en el tiempo en lo más lindo del pasado: las costumbres y la tradición criolla.