La amistad es un regalo de la vida. Siempre supe eso, aún cuando de pequeña me peleaba con mis amigas y lloraba el día entero. Una de ellas, la que más recuerdo, tenía un nombre tan especial como su espíritu: Electra Pagola. Su cabellera era una nube de algodón y las manos enérgicas, delgadas, acompañaban sus movimientos rápidos con ademanes.
Nació en agosto de 1913, en Rocha, Uruguay. Era muy joven cuando se mudó con su familia al barrio de Flores, Buenos Aires, lugar donde nació su amor por el Club Atlético San Lorenzo de Almagro, equipo del que se hizo fanática. Allí se preparó para ser maestra en Economía Doméstica. Luego se mudó a Gualeguaychú, Entre Ríos, con su marido Alfredo Jorge Simón.
Su nieto Nicolás vino a visitarme una tarde y me contó que el día de la independencia de 1943 se inauguró en ese pueblo entrerriano la “Escuela Profesional de Mujeres” (de Enseñanza Técnica), donde Electra comenzó a dictar clases de cocina, formando parte del equipo docente fundador. Doce años después, mientras los barrios florecían con la primavera, ocupó el cargo de directora interina por pedido de los alumnos, y lo hizo hasta 1975 cuando se jubiló.
A mi amiga le gustaba mucho la radio. Llegó a participar de un programa en AM 660 llamado: El arte de cocinar, en el que los martes y jueves enseñaba recetas a los oyentes. Dictó también, en forma gratuita, clases de cocina en el antiguo Hogar de Niñas, en la Liga de Madres de Familia y en la propia escuela (a beneficio de la Cooperadora). Dejó el mundo en 2009, con 95 primaveras vividas.
Es una tarde de noviembre. La calle es dueña del silencio de un hospital y el sol obliga a estar bajo algún árbol tupido; eso hacemos con el nieto de Electra que vino a visitarme. «Mi abuela dejó muchísimas recetas manuscritas y este año empezamos a transcribirlas con la intención de editar un libro en su homenaje. Todavía me queda en la memoria el guiso de bacalao que hacía, la crema pastelera (que parece simple, pero hecha por ella era magia), el sambayón (nunca más probé algo similar), una salsa de tomate fermentado y la salsa caramel», cuenta Nicolás mientras le cebo un mate amargo. Lo dice con los ojos acuosos y limpios. Con la sonrisa atravesándole la cara. Con el amor de un nieto orgulloso.
Por eso hoy comparto esta receta como un homenaje a ella, mi amiga, una abuela hermosa y una gran cocinera. La Salsa Caramel, un caramelo líquido que se usa para para acompañar budín de pan, flan, panqueques o lo que se les ocurra…
¿Cómo se hace?
En una olla pequeña colocar una taza de azúcar. Agregar un poco de agua, sólo para que el azúcar quede humedecida. Llevar a fuego fuerte hasta que empiece a hervir y se hagan borbollones, va a ir tomando color dorado. Cuando llega a un color marrón clarito (o dorado oscuro), retirar la ollita del fuego y mover un poco para que se mezcle bien y se vaya enfriando.
Hasta ahí, es sólo un caramelo clásico que se puede usar para poner en el molde de un postre para que no se pegue; pero la salsa caramel es un caramelo líquido (consistencia tipo miel) que se guarda en un frasco como para usar para bañar los postres.
Es necesario tener lista agua caliente en una pava y, una vez que se retiró la olla del fuego y el caramelo se fue enfriando, se va a notar que empieza a endurecerse: ahí hay que agregar cuatro puntos de agua caliente de la pava (hay que imaginar que la olla es el planeta y los puntos de agua los puntos cardinales). Empieza a disolverse ese caramelo que se estaba solidificando. Volver a ponerlo en el fuego. Atentos a que no se queme.
Una vez que vemos que hirvió de nuevo, mientras aun mantiene el color dorado, retirar del fuego y mover la olla para que se enfríe el caramelo. Va a solidificarse un poco, agregar cuatro puntos más de agua caliente y colocar al fuego.
Y así, ir repitiendo el proceso hasta que al retirar del fuego y enfriarse, mantenga la consistencia tipo miel.
Lo único que hay que cuidar es que no se queme, que siempre mantenga ese color cobre o dorado oscuro.
¡Listo! guardar en un frasco y servir cada vez que lo deseen. Gracias a Electra por sus manos, a Nicolás por la receta.
¡Buen provecho!
Blanca Emilia.