“Cambio 1-1”, avisa Fernando Mocco al equipo de Por el País mientras se posiciona sobre la bici y va subiendo en cámara lenta, como si las ruedas fueran las garras de un puma clavadas en esta tierra neuquina, trepando la primera de las tantas cuestas de Cinco Lagunas, una de las aventuras que este experto guía ofrece para conocer desde adentro los encantos de Villa Pehuenia, ubicada a 10 kilómetros del límite con Chile, en el extremo oeste de la Argentina.
“Toda aventura implica un riesgo, una emoción poco frecuente; esa es la razón de ser de la aventura. Pero estás en la naturaleza, vas a poder y la vas a disfrutar”, asegura Fernando mientras nos conduce con habilidad y profesionalismo: ya nos dio una clínica sobre el manejo de la bicicleta en altura y en bajada, sobre cómo trepar y cómo descender de las dos ruedas, sobre el equilibrio exacto para soltar los ojos del vehículo y dejarlos ir en los cuatro puntos cardinales.
Serán más de 30 kilómetros por repechos y descensos pronunciados. Fernando nos provee una mochila de alta montaña, viandas nutritivas, alfajores, nos instruye, nos acompaña en esta aventura que arranca con una bruma de cuento de Stephen King.
El ángel de la bicicleta
Subimos a la ruta 13 y unos kilómetros después entramos a La Angostura, donde se une el lago Moquehue con el Aluminé, en una escenografía similar a un cuento de duendes y hadas. Cuando pasamos el puente empiezan las pendientes y el oxígeno pasa a ser un bien preciado. Hay ñires rojos y de color bordó, algunos amarillos por el otoño, plagados de líquenes, un indicador de la salubridad del ambiente.
“Hay que hablar bajo porque se escucha todo y no queremos molestar a los pobladores”, indica nuestro ángel de la bicicleta mientras entramos a la reserva natural donde está asentada la comunidad mapuche Puel. Los únicos sonidos son los de un arroyo lejano y el de nuestras ruedas desafiando gravedad.
Son las 12.45 y el cielo se abre. Es como si alguien hubiera corrido una cortina blanca y pesada y hubiese colocado aquí una laguna imposible donde Fernando ofrece la primera reposición de la excursión: te de jengibre, limón y miel con una mixtura de semillas y frutas secas y alfajores de harina de piñón.
Vemos el sol y recordamos la profecía de Fernando. “No le tengan miedo a la neblina. Hoy va a ser un día espectacular”, había dicho y acá estamos, en bicicleta en medio de un cuadro que parece irreal, con colores que no existen en la paleta de ningún pintor, observando cómo la neblina se levanta de la laguna y se desvanece en los rayos del sol.
El silencio, la voz de la tierra
“Ahora vamos a entrar en calor”, dice Fernando. El que avisa no traiciona. Nos liberamos de la campera, del cuello térmico, no necesitamos los guantes y vamos hacia otra laguna: bajadas para que el viento nos acaricie la cara, curvas y el cuidado de no tropezar con las raíces de los pehuenes que cruzan el camino.
El corazón se agita. Tranquiliza saber que nuestro guía tiene en su haber un curso de WFR (Wilderness First Responder) y además conoce el bosque con pelos y señales. Si no fuese rubio como el trigo sería él un árbol más que cada tanto sale de la tierra para andar en bicicleta y luego vuelve a hundir sus raíces.
Almorzamos en la arena en la cual hace cuatro días Fernando detectó huellas de puma. Antes debimos cruzar las bicicletas por un arroyo que trae agua al lago Aluminé.
Nos quedan lagunas por mirar: Verde, Ralihuen, Coihuilla y Redonda. El sol del otoño echa una pincelada de luz para el regreso. Pasamos por una planicie donde las araucarias –una especie milenaria- son gigantes. La parte grande del grupo va adelante y el fotógrafo, demorado, grita para que se detengan. Les quiere avisar que la rueda trasera de su bici se pinchó. Fernando vuelve. Dice “son cosas que pasan”. Trae el kit y en 12 minutos pone otra vez a la bicicleta en el sendero.
Cuando el sol va anaranjando las hojas desandamos el camino de regreso a Pehuenia: nos queda cruzar un puente, tres subidas y una bajada que nos llena de aire los pulmones. A los costados el paisaje cambia con la luz, las piernas sientan el esfuerzo y nosotros sabemos que no somos los mismos; ahora podemos decir con razón que hemos andado en bicicleta por el paraíso.
(Fotos: Esteban Raies)
Aventura natural
Fernando Mocco, santafesino de San Lorenzo, vive desde hace más de cuatro años en esta villa. Intuitivo y compenetrado con este bosque, es instructor de mountain bike, guía especializado en montañismo, camina con raquetas en la nieve, sube en bicicleta el volcán y algo más: puede hablar sin puntos seguimos mientras sube una cuesta exigente.
Ofrece travesías de 50 kilómetros y otras cortas de una hora y media de duración, por las calles de la villa. Los más entrenados pueden sumar kilómetros para el lado del volcán Batea Mahuida, que Fernando sube y baja como si no existiera la ley de gravedad.
Más información: www.tuaventuramtb.com.ar – Fernando Mocco. info@tuaventuramtb.com
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