Hay caballos pastando al borde del camino, una cuneta inundada y ovejas triscando la gramilla natural que conduce al río Negro. Cuando cruzamos el puente la vegetación es intensa, tupida, recortada en un cielo de película donde reverbera un sol que a esta hora, vertical, calienta la piel. Es el prólogo del Parque Nacional Chaco, un sistema natural y preservado de 15 mil hectáreas donde están los quebrachos más viejos de la Argentina, esos con nombre y apellido: quebracho colorado.
«Bienvenidos al parque más lindo de la Argentina», dice Leo Juber, jefe de guías del parque, cuando recibe a las visitas. «La ralera de quebrachos es la joya del parque pero no van a poder verla porque, gracias a Dios, está inundada», agradece las lluvias que cayeron en el otoño-invierno del Chaco. Por eso el suelo es una alfombra verde y los pájaros están felices; felices las 11 especies de pájaros carpinteros, felices los carpinchos en la laguna que los homenajea, feliz el parque entero.
Uno se sorprende por las lluvias, pero este es el Chaco secreto. «El Chaco húmedo», dice el guía, donde llueve un promedio de 1300 milímetros anuales. «Acá predomina la especie de quebracho colorado con la que se hacen los durmientes del ferrocarril y de la que se extrae el tanino», cuenta el guía, que se remonta a 1954, cuando esta reserva que supo ser el laboratorio experimental de la nefasta Forestal, recibió la declaración de Parque Nacional. En una visita a la Rural, el presidente Juan Domingo Perón se encontró con una rollizo de quebracho, rojo como la sangre: lo tocó y se admiró. «¿De dónde es esto?», preguntó. Cuando lo supo, ordenó preservar esa madera que se yergue como una roca en el monte chaqueño: así nació el Parque Nacional Chaco.
Escuchamos al guía mientras caminamos por un hermoso sendero, con monte de un lado, con monte del otro. El viento silba en la copa de los árboles, pero cuando pasa le deja lugar al silencio, que teje un monólogo sobre la tarde chaqueña, salvo cuando lo interrumpe algún pájaro o el ruido de nuestros propios pasos en las hojas crujientes.
El sistema de bosques de quebracho se extendió incesante por la mitad occidental del norte de Santa Fe y Chaco y llegó hasta el noroeste de Corrientes. La Forestal y su afán depredatorio terminó con casi todos esos refugios de quebrachos: arrancaron los árboles y dejaron pobres hacheros a quienes la empresa mató de hambre a cambio del tanino: una sustancia orgánica que se encuentra en la corteza de algunos árboles y en el interior de diversos frutos y se emplea para el curtido de los cueros. La faena de la compañía duró casi 100 años, tiempo durante el cual puso al quebracho al borde de la desaparición. La única reserva de este árbol está en este parque que está por cumplir 60 años en octubre.
«Todo el quebracho chaqueño se diezmó. Sólo queda esta ralera, única en la Argentina», revela Leo, el guía. Lo dice con una mezcla de sensaciones, con la alegría de saberse guardián de semejante tesoro y con la pena de saber que por único, sea eso, un tesoro. «Queremos conservar las 14.918 hectáreas de esta parte del Chaco húmedo, la más extensa después del parque Pilcomayo», avisa. Por eso dice que este parque se creó no por lindo sino por una cuestión más compleja: su valor respecto de la biodiversidad. «Nosotros estamos haciendo soberanía acá», dice de la labor propia y de la de sus compañeros.
El parque de las aves
Particularidades de este parque, que es la patria de los quebrachos: tiene entrada gratuita y lugares destinados al acampe. Y hay senderos especiales para caminarlos a la hora en la que los pájaros trinan. Son 13 kilómetros para andarlos a pie o en las bicicletas que alquila el mismo parque. Nos aventuramos a ellos en la visita que el amable departamento de Turismo del Chaco le hizo a un grupo de periodistas. Pero nos vamos a quedar con ganas de más: el locro que Delia Gómez y sus hijos cocinan desde el amanecer debajo de un árbol cargado de pomelos nos espera y no hay nadie en esta tierra que sea capaz de resistirse a esa tentación.
«Viene mucha gente del Chaco, sobre todo los fines de semanas. En las vacaciones vienen muchos extranjeros», cuenta el guía. También llegan contingentes de estudiantes, familias, fanáticos del avistaje. Un consejo: los visitantes deben abastecerse en los pueblos de los alrededores, porque adentro del parque no se venden comida ni bebidas. «Y, además, generamos una ganancia en los pobladores de los alrededores», dice Sergio «El Guyi» Arias, el intendente del parque. Afuera se levantan las localidades de Colonia Elisa y Capitán Solari, donde viven las segundas generaciones de muchos de los habitantes originarias de estas tierras: mocovíes y tobas, que se mezclan con los criollos que poblaron la región a finales del siglo XIX. En Solari hay una oficina de Turismo que brinda toda la información necesaria del parque. El consejo es que el viajante haga una parada allí.
«Nosotros somos personas privilegiadas. Los parques nacionales son los mejores lugares de nuestro país. Y nosotros vivimos acá», dice Sergio, como agradeciendo a la divina providencia estar parado sobre este suelo chaqueño que pisamos en tránsito hacia los senderos, donde sentimos el ruido de unas ramas y vemos cruzar, veloz, a un chacho overo que se pierde en el monte. Seguimos hasta la laguna Carpincho, donde hay muchos de estos roedores y donde las aves empiezan a mostrarse a pesar de la hora. Acá hay un mangrullo pensado para el goce del ojo de los avisadores profesionales que llegan desde diferentes países para ver a la inmensa cantidad de aves, otro de los capitales del parque Chaco. Hay de todo tamaño y color, desde tucanes y loros hasta tingazús y águilas pampas. No son ellos los únicos habitantes de los árboles: en las ramas más altas hay monos carayá, conocidos como aullador negro. Su aullido puede escucharse a kilómetros.
Leo, el guía, un tipo al que se le nota la pasión por contar, dice que hasta este reservorio de aves que es el parque llega una, rapaz, que viaja desde el río Mississipi, en Estados Unidos. Se llama Milano Boreal y viene al Chaco a pasar el verano. Una rareza, como esta a la que puede tener acceso quien venga a este parque: la compañía de los guías. «Acá podemos acompañar al visitante en la recorrida por el parque, tener un contacto personal con el público», dice Leo. Será cuestión, entonces, de animarse a conocer este parque y sus encantos. Dejarse andar hasta llegar a este Chaco adentro, salvaje y desconocido; la patria de los quebrachos, el secreto mejor guardado de los parques argentinos.
Más información:
Parque Nacional Chaco
Teléfono: 03725-499161
Correo: chaco@apn.com.ar
Facebook: Facebook/parquenacionalchaco
Acceso por Ruta Nacional 16 y Ruta Provincial 9
Fotos gentileza Turismo Chacoph