Por Miguel Grinberg.
Recientes publicaciones científicas coincidieron en sostener que la perturbación del equilibrio ecológico natural puede generar la aparición de nuevas enfermedades.
Un artículo del ecologista Jim Robbins, difundido por la revista virtual E360, afirmó que la pérdida de superficies boscosas fue provocando un incremento de las enfermedades humanas. La destrucción de bosques tropicales crea condiciones óptimas para la expansión creciente de plagas de mosquitos portadores de nuevos males.
En este plano, tres meses atrás, el boletín Emerging Infections Diseases (Enfermedades Infecciosas Emergentes) comunicó que «otro virus trasmitido por mosquitos se desplaza hacia el norte desde el Amazonas: el mayaro».
«Aunque la atención actual se ha centrado en el virus del zika, el hallazgo de otro virus trasmitido por mosquitos que podría estar empezando a circular por el Caribe es preocupante», afirmó el doctor Glenn Morris, director del Instituto de Patógenos Emergentes de la Universidad de Florida.
Según la revista Salud al Día, otros investigadores han comentado en Haití que enfermedades causadas por virus desconocidos y potencialmente dañinos podrían estar «esperando en la sombra» y se los debería monitorear para manejar mejor futuros brotes.
Un estudio realizado en la Guayana francesa, firmado por el ecologista Aaron Morris del Imperial College de Londres, aportó evidencias para entender la acción de un agente infeccioso llamado Myobacteria Ulcerans, enfermedad que debilita la piel.
Entretanto, en Borneo –isla compartida por Indonesia y Malasia y sometida a una fuerte deforestación para explotar el aceite de palma– se ha verificado un auge de enfermedades como la malaria, tanto en macacos como en seres humanos.
Robbins sostiene que los mosquitos no son los únicos portadores de agentes patógenos desde el plano salvaje a los humanos: caracoles, primates y murciélagos pueden trasmitir enfermedades.
En la revista Anthropocene, Brandon Keim afirmó que «no es irrazonable predecir que la aparición y el resurgimiento de enfermedades infecciosas se vuelvan cada día más comunes».
Existen cuatro tipos principales de gérmenes, a saber: bacterias (gérmenes que se multiplican velozmente y pueden liberar sustancias químicas enfermantes) y virus (cápsulas que contienen material genético y usan sus propias células para multiplicarse), hongos (en plantas silvestres como las setas y el moho), y los protozoarios (animales unicelulares que aprovechan otros seres vivos como alimento y como un lugar donde vivir).
Los médicos sostienen que las enfermedades infecciosas matan a más personas en el mundo que otra causa única, por la acción de gérmenes diseminados en el aire, los suelos y las aguas.
Últimamente, los expertos han detectado una oleada global de infecciones causadas por hongos que aniquilan a grupos enteros de animales, como los sapos, las serpientes, las salamandras y los murciélagos.
Los científicos se esfuerzan para identificar las causas, entre sus principales hipótesis figuran los hábitats degradados por la explotación de recursos o la construcción de grandes autopistas o nuevos aeropuertos, a expensas de bosques vírgenes.
Otra hipótesis creciente en estos escenarios surge de los agudos cambios climáticos imperantes y la aparición de inéditas colonias de mosquitos en zonas de rápida tropicalización.
La Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos sostuvo que en el sudeste del Asia, la cálida corriente oceánica El Niño elevó la temperatura ambiental, expandiendo las colonias de mosquitos portadores de la fiebre dengue.
La literatura centrada en la circulación epidémica de plagas explica que una vez que una enfermedad ha dejado atrás una región forestada, puede viajar anidada en los seres humanos, cruzando el mundo en cuestión de horas mediante vuelos aéreos, antes de que el individuo manifieste síntomas.
A través de la historia humana numerosos agentes patógenos han surgido de las forestas: el virus de zika (causante del nacimiento de bebés con microencefalitis en Brasil), ya había sido identificado en Uganda (Africa) en la década de los años cuarenta.
Está comprobado que la deforestación crea condiciones para la proliferación de mosquitos, pues facilita la acción solar en las lagunas y la consiguiente alza de temperatura del agua y la proliferación de larvas.
Este fenómeno ha sido muy estudiado en la menguante selva peruana donde los casos de malaria saltaron de 600 por año a por lo menos 120 mil, tras el clareo de una foresta para construir una carretera.