Foto: Juan Carlos Casas
El lunes, Gustavo Guichón se acostó a dormir en la casa de una familia amiga, en Salta, después de actuar en aquella provincia. Cuando lo fueron a despertar no encontraron reacción en el payador uruguayo: había partido al silencio, como decía Atahualpa Yupanqui. Tenía 73 años.
A continuación, reproducimos una entrevista con Gustavo Guichón ocurrida en 2011.
“Hay muchos payadores inventados”
Es una entrevista que nunca va a ser una entrevista. Es una sobremesa en una casa llena de duendes payadores como esos que se le metieron bajo el pulso al hombre que responde. Esta casa, de su amigo Mario Cepeda, está a una cuadra de donde naciera el gran Gabino Ezeiza, igual de andariego y de uruguayo que Gustavo Guichón, ese incorregible paisano que inventara el floreo en el campo de jineteada, lo que lo convirtió en el payador insignia del Festival de Jesús María, hasta la noche fatal del 12 de enero en que un caballo se voleó apenas lo soltaron del palenque y mató a Carlos “Pucho” Espíndola, un jinete misionero de 23 años. “Es un infortunio del festival la muerte de un jinete. Defendí al gauchaje; dije lo que el gauchaje se calla por pudor. Y yo me debo a esa gente.”
Guichón le hizo un homenaje no oficial al chico. “Improvisé sobre la muerte del muchacho cuando la comisión del festival se negaba a hablar. Le hice el homenaje plantado con mi guitarra en la mano. Fui el único. Me tocó ser justo ante la injusticia.” El festival le cobró cara la actitud: lo dejó sin festival tras 320 noches de improvisar. “Mis propios compañeros de trabajo se alejaron de mí como si tuviera una peste contagiosa. Y algunos personajes de la comisión del festival dijeron que mi ciclo estaba cumplido, pero el arte no tiene edad y ellos quisieron ponerle edad al canto. Tuvieron que poner tres payadores que no pudieron hacer una décima, ni un verso de siete renglones y ninguno de ellos mostró códigos ante un compañero. Les habían prohibido nombrarme. Ninguno tiene un conocimiento propio de los pagos, porque ninguno hizo lo que hice yo: andar el país de a pie. Por eso duele esa injusticia. Salvo el Pampa Cruz, que levantó una lanza, todos callaron.
-¿Aceptarías que te condicionen tu canto?
-Jamás. Yo tengo la escuela de los hombres inclaudicables. Tengo el poncho de Carlos Molina, el tipo que fue preso por cantarle al Che Guevara. En la dictadura uruguaya estaba todo el mundo condicionado. Por eso me vine a la Argentina. En el festival de Deán Funes canté “El Orejano” y me llevaron preso. El público fue a la comisaría hasta que me soltaron. Nunca matamos a nadie, pero cantamos los versos que los milicos no querían escuchar. Hoy la gente puede gritar, disfruta de la democracia, pero anda mucho facho entreverado. Pero estoy contento con la señora Presidenta.
Un canto eterno. Le alcanzan el termo. Guichón echa yerba en el porongo, hace un hueco con la bombilla, la saca y lanza una lengua de agua caliente. El vapor le desdibuja su rostro duro de andariego. Habla de la historia de su arte. “El del payador es el primer canto del hombre. El payador contó los sucesos desde antes de Cristo. Por eso el arte del payador es tan viejo como la tierra, pero tan nuevo como el sol de cada día. Eran transmisores de la noticia cantada. Pero también quiero decir que el payador es autodidacta. Por eso es auténtico y por genuino que es no es comercial. Cuando exponés una altura en el verso, a veces la gente no está preparada para escucharlo porque vive de apuro, pero por esa razón no vamos a quemar el diccionario. El verso es como el árbol, tiene que tener raíz.”
-¿El payador se acomoda a ese apuro en que se vive?
-Hoy los payadores no hacen ni décimas, ni sextillas, ni cuartetas, ni octavas. Cantan sin métrica. Yo sé que no soy un payador querido dentro del ambiente. Yo siempre canté opinando, como hizo Martín Fierro, y es difícil eso. Soy hormiguita viajera, ando solo, tengo mis amuletos, mis camisas coloradas que son la sangre de tantos mártires de América Latina.
Milonga de la vida. Visitó toda Latinoamérica, cruzó el Atlántico 16 veces para cantar en Palma de Mallorca, para visitar Italia. Se ha forjado en la soledad del canto improvisado. Su termo hace de parabrisas de auto: en él pega las calcomanías de cada lugar de la patria americana. Antes, en la improvisada escuela 64 de Estación Talita, Florida, el lugar donde el 25 de agosto de 1825 se declaró la independencia del Uruguay, Guichón le dio al mundo los primeros versos en compañía de Hugo Amaro, cuando le fue imposible escapar al viento del destino. “Ese fue el nacimiento del payador. Yo nací payador, hermano. Y payador se nace no se hace.”
Cuatro leguas de ida y otras tantas de vuelta andaba Gustavo a caballo para llegar a la escuela. “Si veía un tero, un peludo, le cantaba, si volaba una paloma le cantaba. O un hornero, que es sabio como el payador, porque aprende de la naturaleza.” Su maestra, Italia Cortazzo de Pastorini, le dio unos versos para aprender, pero Guichón no pudo y salió a improvisar.
Dice que garabateaba versos en el cuaderno de la mente, con una guitarra de clavijas de madera con la que le empezó a cantar a los ganadores de las carreras cuadreras. Ahí y en la feria de ganado, donde hacía rifas de ponchos para juntar el mango. A los 13 años, como repartidor de leche gracias al caballo que conocía cada cliente, tuvo que salir a rebuscársela por la enfermedad de su padre. Un día de esos, en el estadio 10 de Julio de Florida fue al concurso de payadores. Se calzó sus únicas alpargatas, el vaquero remendado, la camisa negra y la boina. Cantó lo que el viento le había puesto ese día en la garganta. En la final improvisó sobre la madre: el estadio se vino abajo y le ganó a los 26 payadores para quedarse con la guitarra sin funda con que se premiaba al campeón. Cuando María, su mamá, lo recibió en su casa del barrio El Corralón del Tigre, los perros ladraban fuerte, pero Gustavo alcanzó a escuchar que lo regañó por faltar a la escuela. Después, se hizo amigo de los marineros del barco Ciudad de Montevideo, que tardaba 12 horas para cruzar de un lado al otro del Río de la Plata. Durmió sobre bolsas de cebollas. Al amanecer, ya en tierra, equivocó el tren y fue a dar lejos del amigo argentino que lo esperó sin suerte. Otra vez sólo, con la guitarra en una bolsa, cantó en los boliches hasta hacerse un nombre. Una noche en que la cosecha de plata había sido buena, subió al primer tren y bajó en Rosario. Le confesó a un amigo uruguayo que se volvía a su país. En esas vivencias están la huellas de los admirados por Gustavo. “José Silvio Curbello es el mejor payador del mundo. Tal vez en los verbos puede haber alguno mejor, pero él tiene dignidad y códigos y esa es la primera materia que tiene que rendir un artista. La lealtad, el saber callar, todo eso. Por algo Tata Dios nos puso el zurdo del lado izquierdo, para hablar con el corazón, no para copiar ni para repetir como un papagayo. El canto del payador se va con el viento. Y yo he visto payadores con grabador, copiando lo que uno improvisa. Hay una serie de payadores inventados. No puede ser payador quien no cantó en los boliches. Yo cantaba con la patita en un cajón, sin escenario, sin sonido, por la plata que los paisanos me daban y con la rifa que hacía.”