El realizador argentino Darío Arcella estrenó en el cine Gaumont, donde se puede ver hasta el miércoles 26, su magnífico documental «La ceremonia», un viaje cinematográfico al interior del espíritu y la cultura del pueblo Yshir, del Alto Paraguay y que vive a orillas de ese río.
Con una familiaridad creada a lo largo de un trabajo continuado de más de siete años (2005-2012) pero que lleva 20 de conocimiento, Arcella logra en el filme una inusitada cercanía para filmar una representación colectiva que los Yshir desarrollan a lo largo de tres meses en la temporada seca y con la cual inician a los jóvenes varones en los fundamentos filosóficos y teológicos de la comunidad, al mismo tiempo que materializan sus creencias profanas y sagradas y hablan sobre los modos de curar y de vivir.
«Trabajo con los Yshir desde 1994 cuando hice la miniserie ‘Chamacoco, la amenaza de Nemur’ y luego volví con ‘Crónica de la Gran Serpiente’ e hice visitas regulares en 2001, 2005, 2006 y 2007», cuenta Arcella en charla con Télam sobre el comienzo de la relación con esta comunidad del Chaco paraguayo, que recién tomó contacto fluido con el capitalismo a partir de la década del 80 y que en estos últimos 40 años fue víctima de la expansión de la frontera agrícola y agropecuaria siendo acorralada a una reducida parte de su territorio originario, que pasó de un millón de hectáreas a 30.000, con sus secuelas de migración hacia la ciudad, limitaciones para la caza y la pesca, principales medios de vida, y aparición de enfermedades y disminución física por la mala alimentación y la escasez.
«En uno de esos viajes a la comunidad -relata Arcella- me encontré con la ceremonia y a partir del conocimiento común que había con la comunidad pedimos permiso para filmarla».
El realizador cuenta en el filme y luego en el reportaje, que la ceremonia de los Yshir comienza una mañana en el Tobich (lugar sagrado) cuando los ancianos pintan la cara con un tizne negro a todos los participantes (hombres) y relata que también fueron pintadas las caras de los miembros del equipo de filmación, que a partir de ese momento quedaron integrados y fueron iniciados en el espíritu y las creencias de la comunidad.
«Fue a través de ese hecho -que yo registro en toda su dimensión recién en la sala de montaje y que no está incluido en la película- que nos integraron a la ceremonia como miembros de la comunidad y eso habilitó una cercanía que hubiera sido imposible: en toda la película no hay una mirada a cámara y se instituyó entre nosotros y ellos un acuerdo tácito según el cual yo no filmé nada que ellos no quisieran mostrar y, al mismo tiempo, filmé todo lo que yo quería mostrar; fue un rodaje extenso, de dos meses, donde nunca hubo algo vedado aunque sí lugares a los que yo decidí no acceder, como un lugar vedado del bosque donde los viejos se vestían para interpretar a los distintos personajes de la ceremonia», relata Arcella.
El realizador dice que con los Yshir se ve lo que Antonine Artaud proponía en «Viaje al país de los Taraumara». «La ceremonia de los Yshir -cuenta- es un teatro vivo, un teatro donde toda la comunidad participa de la representación del drama en sus diferentes roles.
Todos armónicamente cumplen con su rol y saben perfectamente quién está representando a determinado personaje pero nadie piensa en esa persona sino en el personaje, es la representación de la divinidad lo que aparece frente a sus ojos y todos participan de la escenificación».
«Crónicas de la Gran Serpiente», cuenta Arcella sobre la trilogía, es un recorrido por la filosofía de los pueblos originarios americanos, que tienen todos una misma cosmovisión estructural matriarcal; en ‘La ceremonia’ intentamos focalizarnos en la espiritualidad y el rito y la tercera parte, ‘Nuestro mundo’ (que está en etapa de posproducción) tendrá que ver con la criminalización de sus modos de vida por Occidente», cuenta el realizador en una primera aproximación al contenido total de la trilogía y la ubicación de este segundo filme dentro de ella.
La película fue filmada en Bahía Negra sobre la costa del río Paraguay en un punto que es límite entre el país guaraní, Bolivia y Brasil, en una de las reservas de biosfera más grandes de América, que viene siendo devastada por la ampliación de las zonas destinadas a la producción ganadera y agropecuaria y donde vive la comunidad Yshir de Karcha Baluht, a tres días de viaje en barco de la ciudad de Concepción.
La película está hablada en lenguaje Yhsir y subtitulada al castellano a través de un trabajo que obligó a tres traducciones sucesivas.
«Más que traducciones fue un proceso de transferencia de saber que hicimos con nuestros guías filosóficos una vez establecida la película, los Yshir son un pueblo que se levanta por la mañana y distintos miembros de la comunidad se ponen a cantar la melodía y la letra de lo que soñaron por la noche, así por la mañana se va generando un canto grupal, armónico, muy impresionante», relata Arcella.
«Los sueños -destaca- ocupan un lugar central en esta comunidad porque van a guiarlos para el día, para el mes, para el ciclo, esto constituye al lenguaje Yshir en una lengua tremendamente metafórica, donde hay muchas maneras de mencionar una cosa y una cosa se dice de infinitas maneras».
Sobre cómo el contacto con Occidente y el capitalismo modificó la vida de los Yshir a partir de los 80, Arcella cuenta: «cuando yo llegué por primera vez al lugar en el 94 todos los jóvenes eran fibrosos, musculosos, con todos los dientes, 20 años después con el ingreso de la harina, el arroz, el azúcar, la cocacola en su alimentación y a la vez la escasez de peces y la imposibilidad de cazar vez jóvenes con tendencia a la obesidad y sin dientes».
Respecto de la postura política que asume el filme «La ceremonia», Arcella dice que está en la misma línea que la Unión de Comunidades Indígenas de la Nación Yshir, creada a fines de los 70.
«Esto es -explica- recuperar las tierras y cimentar la cultura. Hay algo común a todos los pueblos de América, ellos saben que no hay cultura sin territorio; lo que nosotros buscamos aportar es un granito a la conciencia cívica, comprender que estas comunidades merecen y exigen su propia visión de desarrollo, que necesitan y se les debe el territorio».
«Trato -concluye- de no participar desde mis puntos de vista sino que trato de aprender y representar el punto de vista de la comunidad, además porque creo que tenemos mucho que aprender de estos pueblos sobre todo para la supervivencia de la especie humana; ellos no buscan imponer, no hay una cosa de imponer la idea sino de soltarla; ellos han desarrollado una cultura de la resistencia muy poderosa, se transforman, es una de sus grandes virtudes, creo que en esto influye la oralidad que les da una increíble plasticidad para adaptarse constantemente».