Conocé a Martín Gómez, el gran maestro soguero de Ranchos

Martín Gómez tiene 98 años y es el soguero emblema de Ranchos. Nos recibió en su taller -paredes de ladrillos anchos, piso de tierra, escasa luz-, sentado en un banco de 40 centímetros de alto hecho con hueso de vaca. Sus ojos despiden un brillo vivo y pícaro que delatan juventud y sonríe siempre. Cuenta que se levanta mucho antes que el sol y comienza a trabajar -pala en mano- en su jardín. En este taller trabaja el cuero crudo desde los 25 años y, a través de una pequeña ventana, pueden verse decenas de flores y un árbol de quinientos años. Ama su trabajo y afirma que nunca se aburre porque eso es para los hombres que no piensan.

Nos sentamos a su lado en el poco espacio que queda libre: hay una mesa que sostiene, por lo menos, cincuenta cuchillos, pinzas, tijera y retazos de cuero. Del techo -que apenas puede verse- cuelgan cientos de sogas, lazos, riendas, estribos, boleadoras, y rebenques. «Yo trabajo con cuero natural y lo ablando a golpes, no le echo ninguna química y puede durar quinientos o mil años», explica este maestro soguero mientras baja la voz como si contara un secreto. Y seguramente ese no sea el único.

Desde Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Italia, España, y otros países del mundo vienen a comprar sus artesanías de cuero. En 1950, recuerda Martín, le enviaron desde Australia una encomienda a la estación de tren de Ranchos (cuando el tren funcionaba). Era una caja con cuatro cueros de canguro que se la enviaron para que los trabaje. «El cuero de canguro es similar al de la vizcacha o el chancho», explica.

Entre estancias, caballos y vacas

Este hombre sabio que no usa más maquinaria que sus manos, nació el 11 de noviembre de 1918 en la Estancia El Espartillar, partido de Chascomús, «cuando las parteras andaban a caballo», recuerda. Su padre Alejandro Gómez, de Gualeguay, y su madre Alberta Landa, porteña, eran puesteros. Es el mayor de 16 hermanos: 10 varones y 6 mujeres. Creció rodeado de estancias, entre caballos, ovejas y vacas. Desde niño trabajó en el campo, cobrando 1 peso por día -cuando un par de alpargatas costaban 0,40 centavos-. Trabajaba para una familia inglesa. «Eran muy buena gente, amables y cuidaban mucho a los animales», explica.

Hasta los 25 años trabajó allí hasta que vendieron los campos. Cuenta Martín que un día un hombre le propuso alquilar una pieza en Villa Nueva. «Me llevé el catre (lo único que tenía) y empecé a trabajar. Nadie me enseñó a trabajar el cuero -repite varias veces la palabra «nadie»-. Los errores me ayudaron a avanzar. Al cuero nunca le eché nada, sólo trabajo».

«Me vine para Ranchos cuando me jubilé y empecé a hacer hormas de zapatos. Un día una persona me compró un par de riendas y las tuvo por años», cuenta mientras dice entre risas que todos quieren tener una soga de Martín. «Soy famoso, salgo en las revistas, pero sin querer. Todos los días vienen personas a conocerme. Las cosas hay que hacerlas bien -remarca la palabra «bien.»-, no hay otro secreto. Hay que portarse bien y ser responsable».

El cuero manda

Mientras Néstor, uno de los hijos de Martín, acerca un mate amargo, le preguntamos sobre los secretos a la hora de trabajar el cuero. «El secreto está en el momento que se le quita el cuero a la vaca: hay que tensarlo bien y que quede muy tirante y se lo deja secar. El tipo de cuero me dice para qué lo voy a usar. El cuero manda: no todo sirve para hacer una soga, un bozal o una rienda. Para el rebenque, por ejemplo, el cuero tiene que ser bien parejo. Yo hago las cosas para que duren. El enemigo del cuero es el cuchillo, hay que trabajar dando golpes con la mano», explica imitando el movimiento con la mano.

«En cada lugar el cuero es diferente, de acuerdo a las pasturas y al agua. General Belgrano es, para mi, el lugar que tiene las mejores condiciones para el cuero».

Todas las herramientas que necesita las hace él: «Un día me vinieron a vender herramientas. ¿Qué me van a vender si con cualquier elemento yo mismo las hago?. El ingenio y la constancia son las claves.»

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El taller de Martín Gómez

El recuerdo del campo

«El campo cambió mucho; hasta el año 30 no conocimos ni un auto ni un tractor, todo era a caballo. Ahora hay máquinas pero eso no está bien: se debería arar a mano para sacar la gramilla, con la máquina se mezcla todo», dice mientras se pasea por el tiempo. «Recuerdo de los años 20 el sabor que tenía la carne: un sabor que no se encuentra hoy. Antes a los animales se los criaba de otra forma, incluso a los pollos».

Entre mate y mate, a Martín se le escapa una reflexión: «El tren siempre fue muy importante, lo último que podrían haber echo es dejar el tren parado. Llevaba vacas, corderos, pollos y gallinas de todo el país a Buenos Aires. Y ahí están las vías, siguen firmes pero sin tren».

Y así se lo ve a este hombre humilde, pícaro y experto; firme y lúcido, haciendo lo que más le gusta: disfrutar la naturaleza, sus flores y trabajar el cuero sin mirar el reloj, porque para él: «el reloj no guía el trabajo, la tarea termina cuando el cuero lo dice. El cuero manda», resume. 

Algunos premios de Martín

En ocho de las nueve muestras de artesanías en cuero crudo que desde 1969 se organizaron en el predio de la Sociedad Rural de Palermo, el premio mayor fue para Martín Gómez. En la restante ocasión, él resultó segundo y fue precedido por Ricardo González, otro grande en el dominio de las sogas.

El 28 de marzo de 1978, el Fondo Nacional de las Artes organizó un acto para celebrar el Día del Artesano. Fue entonces cuando Martín Gómez obtuvo la distinción de «Artesano Representativo», y una medalla de plata que hoy se conserva en el Museo Histórico de Ranchos, donde también se exhiben algunas de sus mejores obras.

Recibió el mismo título en 1982 del Centro de Promoción Artesanal, que depende del Museo de Motivos Argentinos José Hernández.

El 20 de diciembre pasado Martín Gómez recibió el premio CICOP a los hacedores del Patrimonio Cultural 2016.

 

Fotos: Esteban Raies