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Libros: Campo de Mayo, de Félix Bruzzone

Félix Bruzzone profundiza su estilo y revisita uno de los temas que atraviesa su obra: los desparecidos de la última dictadura cívico-militar. Como en Los topos, el procedimiento de construcción de lo real se da a través del absurdo. Por Andrés Buisán.

Todes tenemos en la memoria lindos recuerdos de personajes literarios que quisimos o admiramos durante la lectura. Podría mencionar al pasar a Tomatis, de Saer; Erdosain, de Arlt o ir un poco más allá de nuestra literatura y recordar la ambición de Julian Sorel, la valentía de Antígona. El absurdo en la espera de lo que nunca llega, que Beckett dispuso con ternura para Vladimir y Estragón, aparece en Fleje, el protagonista de Campo de mayo —quien puede convertirse en uno de esos personajes difíciles de olvidar, por el afecto que suscitan sus creencias y sus andanzas—; pero a diferencia de la quietud con la que aquellos esperan a Godot, Fleje corre.

La novela se desarrolla a partir de que Fleje se muda con su familia a pocas cuadras de Campo de Mayo, donde estuvo detenida su madre; otra línea narrativa que evoca a Los topos, cuyo protagonista se muda con su abuela frente a la Esma. Esa situación y el vuelo de un helicóptero mueven a Fleje: empieza a correr porque se siente perseguido, porque lo necesita para sobrevivir, porque quiere sobrellevar la desaparición de su madre.

La narración no es lineal, es en espiral. Avanza, retrocede, se detiene, despista. Así, el tiempo narrativo se torna confuso, cortado por situaciones inesperadas, digresiones o encuentros con otros personajes. El tiempo, aunque parece ser el puro futuro del corredor, que se concentra en lo que viene, es además el del encierro clandestino, un tiempo sin certezas.

Algo parecido sucede con la construcción del espacio. Se describe con precisión Campo de Mayo y sus alrededores, por donde comienza a correr Fleje; pero, luego, esa discursividad de lo preciso se trastoca con los recorridos del personaje, quien corre por afuera, para, entra de incógnito al predio, sale. Los movimientos resignifican el lugar y van construyendo un misterio en torno de él y los vecinos. Sabemos que Campo de mayo está ahí, que no se puede ingresar, pero se entra; es un espacio militar, pero no se sabe muy bien todo lo que pasa. Y si no se sabe lo que pasa, cualquier cosa puede suceder.

Fleje corre, descalzo. En Campo de mayo estuvo su madre, probablemente descalza. Fleje corre de incógnito, un modo de estar de los detenidos-desaparecidos. Adentro, en una hermosa escena por cómo se la narra, Fleje se encuentra con dos personajes que se llaman José: uno trabaja en un jardín, mientras que el otro es un paleoartista que soñó con realizar una reserva ecológica en el lugar. En otra de las corridas, Fleje se encuentra con Sami, una chica que camina por la zona, anda en tren y se dedica a identificar militares. Tiene, además, un proyecto de venganza contra los militares. Fleje corre y a través de estos encuentros abre nuevas dimensiones de proyectos que no fueron o posibilidades históricas que no llegaron a concretarse.

El Vikingo es el marido de una amiga de la mujer de Fleje, tiene un gimnasio y fue quien lo especializó en el arte de correr. Sin embargo, el entrenador no logra que corra tal como él espera y será vencido por las lecturas de Fleje, por libros de divulgación que definen el modo de actuar del protagonista. Por esto, quizás, el Vikingo se volverá un personaje oscuro, capaz de quebrar los vínculos afectivos de Fleje.

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Un rasgo importante de escritura en esta novela es la repetición de ciertas frases. Entre ellas, destaca la descripción del sitio adonde se mudó Fleje: “frente a la plaza redonda Teniente Ibáñez”. La oración a veces amplifica y extiende la descripción del lugar, otras, es mera insistencia. Las repeticiones, así, son un eco vacío, martillazos en un mismo lugar que funcionan como una reivindicación crónica: nunca alcanza con decirlo nuevamente. Consolidan, a la vez, la estructura en espiral de la narración y son además un rasgo estilístico propio del discurso absurdo.

Campo de Mayo, entonces, es una novela que se centra en Fleje, con la peculiar característica de que este corredor incansable, en su derrotero, trastoca todos los elementos de lo que podría ser una narración lineal, tradicional, meramente realista. Cada avance después de que el tiempo se detiene conforma una suerte de laberinto, el espacio multiplica significados y los objetivos y proyectos de cada personaje configuran lo absurdo de la trama.

El relato abre caminos (cronotopos), dimensiones espaciotemporales, en la medida en que Fleje corre. El hilado de las andanzas del corredor permite contar de forma novedosa —sin recurrir a una contextualización en el pasado— el genocidio y las desapariciones durante la última dictadura cívico militar. A su vez, abre posibilidades de enunciar sucesos que podrían haber sido pero que no fueron.

El estilo de Bruzzone produce una deriva, mezcla rara entre correr y narrar, que desplegará el relato hacia dimensiones inimaginables, delirios capaces de dislocar lo real para poder pensarlo críticamente, hasta representar como verosímil la posibilidad de que Fleje pueda encontrar a su madre.