En 1948, mientras George Orwel imaginaba el final de su profético libro 1984, Svetlana Alexievich llegaba al mundo. Hija de padre militar bielorruso y madre ucraniana. A los 19 años estudió periodismo en la universidad estatal de Minsk, Bielorrusia. Trabajó como profesora de historia y de lengua alemana, y luego optó por dedicarse a su verdadera pasión: el reportaje, ejerciendo como redactora en varios diarios de su país.
Hoy, luego de haber festejado 67 cumpleaños, se convirtió en la primera periodista en ser galardonada con el Nobel de literatura. Un reconocimiento a su conjunto de escritos polifónicos, “un monumento al sufrimiento y coraje en nuestro tiempo», según el fallo de la academia sueca, encargada de elegir al ganador del Nobel: uno de los más importante a nivel mundial.
Transcurrió un largo tiempo hasta que un escritor de no ficción gane el Nobel de Literatura, ya que hace más de medio siglo que lo obtuvieron figuras como Bertrand Russell y Winston Churchill.
Dueña de una voz que ha dejado una marca decisiva en el reportaje literario, la escritora se ha convertido en uno de los baluartes morales de la resquebrajada ex Unión Soviética. Con su perfil de investigadora retrató el sufrimiento, las catástrofes y la vida cotidiana de los habitantes de su país en contextos hostiles.
En 1997 publica el libro La plegaria de Chernobyl: crónica del futuro, también titulada Voces de Chernobyl: entrevistó a cientos de personas afectadas por la masiva fusión nuclear en 1986, que extendió la radiactividad por gran parte de Europa del Este.
«El libro no se trata tanto de la catástrofe de Chernobil como sobre el mundo después de ella: cómo la gente se adapta a la nueva realidad, que ya ha sucedido, pero aún no se percibe. La gente después de Chernobil obtiene nuevos conocimientos, que es de beneficio para toda la humanidad. Viven como si fuera después de la tercera guerra mundial, después de una guerra nuclear», dice Alexievich en su página web.
Aunque ingresó en 1984 en la Unión de Escritores de la Unión Soviética, Alexievich no pudo publicar, hasta la llegada de la Perestroika en 1985, el primer volumen de su ciclo El hombre rojo. La voz de la utopía. Traducida a más de veinte idiomas, la obra narra el costo de la victoria sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria (1941-1945), como se conoce en esa región del mundo a la Segunda Guerra Mundial.
En 1989 la periodista lanzó Los chicos del zinc, donde narra con técnica documental los aspectos penales de la guerra afgano-soviética que se había ocultado al pueblo soviético durante diez años: para recabar el material, viajó por todo el país durante cuatro años y recopiló los testimonios de madres y veteranos de la guerra de Afganistán víctimas de la guerra.
Más tarde en Encantado con la Muerte (1993), trató el suicido como una opción para algunos tras la caída del sistema socialista, una historia que fue llevada al cine, al igual que Voces de Chernóbil (1997), recientemente adaptada en forma de documental dirigido por Pol Cruchten.
«Vivimos bajo una dictadura, hay opositores en la cárcel, la sociedad tiene miedo y al mismo tiempo es una vulgar sociedad de consumo, a la gente no se interesa por la política. Es una época difícil», resumió la escritora en una entrevista que concedió a la AFP en 2013.
«El hombre soviético no ha desaparecido. Es una mezcla de cárcel y guardería. No toma decisiones y simplemente está a la espera del reparto. Para esa clase de hombre, la libertad es tener veinte clases de embutido para elegir», lanza la escritora tras recibir el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes en 2013.