Iguazú en concierto: sinfonía de selva y río

Por Esteban Raies / Fotos Pablo Longo y CFI

Por momentos caía una llovizna delicada en el Parque Nacional Iguazú, esa que el tango llama garúa. Parecía una puesta en escena del final de una memorable reunión orquestal que por seis días le puso música a la tierra colorada. Es que el domingo 29 de mayo se cerró una nueva edición del VII Festival Internacional de Coros y Orquestas Infanto Juveniles “Iguazú en Concierto”, que reunió a 790 jóvenes para interpretar canciones de la comedia musical, cantar y bailar en la explanada de un hotel ubicado dentro mismo del Parque Nacional Iguazú.

Violines, violas, violonchellos, contrabajos, flautas, ovoes,clarinetes, saxos y fagotes. Sueltos, no son más que nombres de instrumentos. Pero unidos -cuerda, madera, metal, percusión- forman eso que en los papeles se llama orquesta sinfónica y en vivo suena como una descomunal maquinaria musical. En Iguazú fueron los niños y jóvenes quienes pusieron a andar esa factoría de sonidos en cada una de las salas y anfiteatros donde presentó su agenda el festival organizado por el gobierno de Misiones, con el apoyo del Consejo Federal de Inversiones (CFI) y la colaboración del Ministerio de Turismo de la Nación y el Ente Municipal de Turismo de Iguazú.

A toda orquesta

Es viernes y un chico gigante de 16 años calienta la flauta traversa, una de las profes avisa que se perdió una mochila de gamuza marrón y una niña hace llorar al violín, que se oye como en sordina en medio del bullicio de este galpón donde se preparan los más de 200 niños y adolescentes que esta noche le muestran a la provincia por qué han sido elegidos entre 1600 alumnos de todos los Centros de Educación Musical (Cemu) de Misiones -espacios descentralizados y gratuitos donde estudian los niños de toda la provincia- para abrir la cuarta noche del Iguazú en Concierto.

Iguazú en concierto Cataratas música clásica

Los chicos de Zimbabwe dieron una muestra de destreza en marimbas

El bullicio se apaga en seco cuando un profe pide silencio para avisar que se perdió, además de la mochila, un saxo alto. Todos callan en un instante y, como en un coro, vuelven a hablar al mismo tiempo. Adrián, Mariela, Angi y María de los Milagros, 15, 14, 13 y 12 años respectivamente, también hablan. Los chicos estudian en los Cemu. Adrián en el de Garupá; Mariela y Angi en el de Bonpland y María de los Milagros en Concepción, al sur de la provincia.

Hay chicos de Panambí, cerca de Oberá. Está Marcos, que es de Bernardo de Irigoyen, pero también Giancarlo, violinista cordobés de Laborde. De Santo Antonio, en Brasil, llegó Geazi, un joven moreno de sonrisa compradora que le enseña algunas palabras en portugués a las amigas argentinas que acaba de conocer. Para esto también es útil Iguazú en Concierto, “para hacer amigos con otra cultura”, dice Alejandra, 12 años, rosarina que vive en Irigoyen.

“En los ensayos las obras parecen largas pero una vez que subís al escenario no querés que se termine más ese momento”, confiesa Adrián, que ya tocó en el Iguazú en Concierto de 2015. Las chicas lo miran y le dan la razón: saben que hoy tendrán la oportunidad de decirles a todos que tocaron en el escenario mayor de la música orquestal de la provincia y en un festival de música clásica único en el país.

Más allá, Warley afina uno de los 16 violines que la abrumadora humedad de Puerto Iguazú contrae y desafina. Warley trajo alumnos de entre 8 y 14 años, chicos y chicas que parece que apenas pueden sostener un violín, escondidos debajo del instrumento al que hacen sonar con frescura y calidez.

Alex Herrera, director de la Orquesta Académica del Saint Marys Internacional College, dirá en un rato que llevar un saxo a la selva misionera donde ni siquiera se conoce la flauta “es hacer patria” con la música. Y la gente lo aplaudirá porque sabe que es cierto. Herrera trajo a su orquesta de niños para abrir la noche del 27 de mayo en el auditorio que está a metros del cruce de los ríos Paraná e Iguazú. Tocaron a Lennon y MacCartney y se fueron con “Escalera al cielo”, con la sala llena aplaudiendo de pie.

Educación musical

Una orquesta es una maquinaria musical monstruosa. Formada por niños es, además, fresca. Lo certificaron los chicos de Perú que tomaron tibia a la noche y la prendieron fuego a puro festejo y landó peruano, con los bronces como sala de máquina de una formación que contó con una vocalista lujosa: Julie Freundt, a quien se puede criticar por haber tomado un control algo excesivo de la escena. Por momentos parecía un espectáculo suyo y no el de la Orquesta Filarmónica Infanto-Juvenil del Perú, dirigida por Lila Milagros Arroyo Torres.

Iguazú en concierto Cataratas música clásica

Los paraguayos hicieron sonar 17 arpas y desataron la polca.

Noelia Paniagua tiene 13 años y eligió el violín por la dulzura del ritmo. “Por el sabor musical de los graves y los agudos” amplía Guillermo, el padre, salteño enamorado de la música de sus hijas, que toman clases en el Cemu de Eldorado. “Es un orgullo que mi hija haya llegado a esta instancia. Yo le propuse ensayar fuerte todo el año para estar acá. Y llegó”, resume Guillermo, que también es músico.

Los chicos, con la dirección del maestro Lucas Chávez, tocaron lo que hacen a lo largo del año, en un concierto informal por lo familiar, pero con la misma calidad musical. Tocaron «El Cosechero» y cerraron con «El Mensú», perlas del gran Ramón Ayala, compositor insigne de la provincia de la selva y las cataratas.

En otras salas, a la misma hora, suena Chico Buarque o Los Beatles, Vivaldi o Elton Jhon. Así fue desde el 24 de mayo con un espectáculo gratuito y abierto -como todos- en la Escuela N° 875 de Puerto Iguazú, donde la Orquesta Maravillas del Mundo de esta ciudad soltó los primeros sonidos de un festival gratuito que el sábado se suspendió por la lluvia y llevó la música a otra parte. En el complejo polideportivo municipal de Puerto Iguazú se dio el “ensayo abierto”, una especie de falso cierre.

En una cancha de basquet con un techo altísimo por donde se escurrían los sonidos los chicos demostraron que pueden formar una gran orquesta y tener una puesta original, incluso desde la picarezca conducción de Martín Wullich, que presentó cada acto con humor y haciendo participar a directores.

En tres horas armaron el escenario, dispusieron las sillas, tendieron la loma para los bailarines, levantaron tarimas para que todos los músicos pudieran ver a los maestros. Lo que hasta un rato era una cancha de basquet se volvió una geografía plagada de atriles y de violines, de bolsos con ropa y de saxos, de estuches y de violonchellos que otra vez la humedad desafinó. Todos pensaron que no había más cierre que ese, pero la lluvia dio tregua el domingo y permitió un final a toda orquesta.

Iguazú en concierto Cataratas música clásica

La orquesta del Instituto GPA, de Brasil, bronces con talento juvenil.

El concierto final siguió el hilo conductor de una historia de amor, con bailarines del Ballet del Instituto Superior de Artes del Teatro Colón y del Centro de Convenciones de Misiones y tuvo promesas argentinas que ya son realidad (Tahiel Lucero, Leandro Hauxwell y Matías Guiñazú, por caso) temas del cancionero popular argentino (Rosario Vera Peñaloza), de los pueblos originarios y participaciones de músicos de Paraguay (17 arpas en escena), de Trinidad y Tobago con sus tambores metálicos; de Brasil con la orquesta del instituto GPA; de Francia con su orquesta de cuerdas; de Suiza con su Swing Kids Jazz; de Zimbabwe con su colorida banda de marimbas, entre otros tantos coros y solistas del Reino Unido, Japón.

A metros del escenario, donde un grupo de bailarines del Centro del Conocimiento interpretó a los autóctonos misioneros, rugía el río Iguazú. El público rugió a ese compás, se puso de pie y pidió otra. Entonces llegó el algodón, la manos del cosechero, los copos blancos de “El Mensú”, la joya de Ramón Ayala, con la dirección de Miguel Brizuela. Pero fue con el Himno Argentino y el “hasta siempre” emocionado de Andrea Merenzón, la directora artística, que cayó el telón de un festival demoledor que por seis días hizo rugir a la selva y precipitar al río con el calor de las orquestas.