“Nací en el monte, donde mis pobres viejos laboraron la tierra. Mi padre hachando montes, mi madre tratando de arrancarle sus secretos de alimentos a la tierra inhóspita y dura del chaco santafesino. Yo nací allá, en el monte mismo, donde La Forestal talaba los montes, y mi padre hacha y hacha, iba construyendo nuestra niñez y nuestro tiempo, amasando hijos. Donde los niños quedan ciegos para no ver el llanto de la madre. Desde donde La Forestal te arranca con sus garfios, de hambre en hambre, el intestino. Desde allí, desde el remoto trajinar del chaco me viene arando este canto hecho alarido”, se presentaba Horacio Guarany, el hombre que falleció el 13 de enero en su casa de Luján, custodiado por los árboles a los que le cantó y acompañado de su familia, y que hizo más de 600 canciones y grabó 80 discos.
Aunque nunca perdió la maña, había dejado de soñar con ser bailarín: quería cantar porque era algo que tenía adentro. El cantor le bullía la sangre como un potro desbocado. Los amigos santafesinos de Alto Verde le auguraron un éxito que tardó en llegar en Buenos Aires, adonde viajó persiguiendo un amor. “Iba a los boliches y preguntaba: ´¿No necesita un cantor?´”. Cantó como mozo, cantó como marinero, cantó como colimba. Pero por consejo de su hermano se embarcó. En unos de sus viajes como marinero llegó al puerto español de Algeciras, en España.
Herminio Giménez lo oyó soltar una polka paraguaya y lo hizo debutar como primera voz de su orquesta. Era 1949 cuando debutó “Horacio Rodríguez, la nueva voz del Paraguay”, en el Palermo Palace, de Avenida Santa Fe y Godoy Cruz. Más tarde, cuando su mamá le contó al oído la historia de su papá, supo que por las venas le corría sangre guaraní. El Horacio se lo debe a un sanjuanino que no se despegaba del italiano familiar y mal pronunciaba su nombre.
Vida de música
“Nunca usé el canto para nada. Siempre he soltado el canto. El canto es un pájaro que está en mi sangre desde que nací. A los cinco años cantaba en los obrajes, con mi padre, hachero en el chaco santafesino, donde nací. Cantaba lo que veía. A los siete años sufrimos la crisis del ´30 y la langosta: comíamos maíz hervido. Nos fuimos a Alto Verde. Mi vieja me prestó a un boliche porque no podía criar 14 hijos juntos. Allí había mujeres de la noche, caballos de carrera, gallos de riña”, revelaba Horacio a este cronista, sentado en el patio de su casa, la célebre Plumas Verdes, de Luján, en una entrevista ocurrida en 2012.
“Para mí cantar es vivir. No hay que cantar para ganar plata y aplausos. Si los ganás, mejor. Pero yo sin cantar me moriría. Cuando me preguntan si ensayo digo que no, porque eso sería fabricar el canto, porque cantar es como hablar o como hacer el amor, no se puede ensayar. Se va al hecho. Subo al escenario y me salen las cosas. Soy como soy. En la vida y en el escenario soy la misma persona”, decía.
“Soy más cocinero que cantor”, había dicho Guarany en aquella charla en 2012. Más adelante dijo que es más poeta que cantor. Pero mintió ambas veces. Guarany no era una cosa o la otra: era todo eso junto. Un artista capaz de sintetizar el sentir del pueblo en una canción bella, de profunda poesía y destinada a contar algo que otros no podían. O no se animaban. Y la gente no se olvidará de eso. “Hay una alegría superior a la de los premios y los homenajes que me hacen: que la gente se para para aplaudirme cuando canto”, decía.
Horacio sabía el canto portaba un misterio. “Las cosas nacen con el hombre, lo que pasa es que el hombre es estúpido y quiere superar a las cosas que ya están en uno. Pero la naturaleza es sabia (estira la primera “a” de sabia, baja el volumen), pero el hombre quiere ser más sabio que la naturaleza y la destruye (levanta la voz, acaso enojado): destruye los ríos, el clima, los bosques, se destruye él mismo negándose a su música. La música nace con el hombre (subraya, repite la frase). Nadie le dice al correntino que sólo escriba chamamés; ni al entrerriano chamarritas; ni al tucumano zambas, ni al santiagueño chacareras; ni al salteño bagualas; ni al sureño cifras, triunfos o milongas. Pero la música nace con el hombre”.
En aquella entrevista, Horacio se despachó en contra de la solapada colonización cultural. “El hombre, en su estupidez, copia lo de afuera. Porque Latinoamérica es colonia cultural norteamericana. Ellos nos metieron el rock, el twist, el boogie boogie, la conga. ¿Cómo nos metieron eso? Con los sponsors, que son los que difunden los que le conviene. Y los muchachos argentinos que tienen que laburar, obedecen a esos sponsors. Ellos nos imponen que nuestros chicos se avergüencen de su ropa de gaucho, pero que se vistan con orgullo de cow boys norteamericanos.
Entre anécdota y narración, como un durazno maduro, se le desprende un poema. Cuando lo dice los ojos son otros, más sensibles, acaso tristes. “¿Qué más quieres de mí?/¿Romperme el alba?/¿Hacer toda una noche en mi mirada?/No has podido matarme con mi huida/pero muero con mi patria desangrada”.
Por aquellos años de dictadura, Horacio debió buscarse lugar en los parques de diversiones, el único sitio donde podía cantar. Pero la prohibición no era inocente: su nombre apareció en todas las listas negras. Prohibido en los festivales, prohibido en la radio, sus canciones eran un símbolo de resistencia y liberación: Horacio Guarany era la voz de la América rebelde.
Horacio cantaba en donde podía y aprendió a mirar para todos lados. Lo amenazaban y sólo después de tres atentados con bombas en su casa escuchó a los amigos que le aconsejaban, desde hacía mucho tiempo, un adiós al que se resistía. Siempre, desde niño, fue un bagual arisco para el freno.
Vivió en México y en España. Extrañaba la tierra a la que le debía sus canciones. Fueron cuatro años en los que cantó para no llorar. Bebió vinos amargos. Y se rodeó de amigos. En Suecia cantó con la voz crispada y el alma herida: “Quise cantar mi verdad/por algo nací cantor/y me echaron de mi tierra/la puta que los parió”.
En 1973 estrenó la película “Si se calla el cantor”, dirigida por Enrique Dawi, con él y Olga Zubarri. Fue Martín Fierro, pero también compuso a Don Chusco en su última película, «El grito en la sangre», del director Fernando Mussa, filmada en 2006 y estrenada en 2014, basada en su novela rural «Sapucay».
Horacio era, de grande, el niño que nunca pudo ser de chico. El niño que durmió sobre los fardos de pasto, abrazado a los perros que adora desde entonces. El niño que se soñó cantor y se sabía poeta. El niño que supo que tenía el alma encordada de estrellas. Y se soltó al destino.
“Para mi componer es como hacer el amor. Está primero lo que te impacta. En la canción, el paisaje. Después tratás de entender esa inspiración y luego vas dándole forma”, decía.
Hombre de una vida intensa y apasionada, la sostuvo componiendo, diciendo y lo hará por los siglos de los siglos porque lo quiso el destino: Guarany seguirá cantando para que no calle la vida.
Fotos Juan Carlos Casas