A Guayacán se lo conoce cómo el ébano argentino. Su madera es dura y perdurable. Tiene usos medicinales y también sirve para construcciones rurales, pero en nuestro país se lo convierte en carbón.
Encendió las alarmas Aldo Bonino, artesano damasquinador de San Francisco, Córdoba. Mientras el público admiraba sus trabajo de encabado de cuchillos, él se puso en el aprieto de elegir la mejor madera, la más expresiva, la que le transmite la mayor cantidad de emociones. “El guayacán”, dijo. Y agregó: “La gente no conoce esa madera, o sí, pero la conoce de una forma un poco triste. Porque a pesar de ser una madera noble, que no se modifica con la humedad, que tiene hermosas tonalidades de color, se la sigue usando para convertirla en carbón”.
El Guayacán está en la lista roja de árboles vulnerables. Tiene estas cualidades: su madera es muy dura, muy pesada, tiene contracciones medianas, es impenetrable, de brillo mediano, de textura fina y homogénea. Por esa resistencia se la utiliza en la construcción de corrales, bretes, mangas, pisos de vivienda familiar, postes y, lamentablemente, carbón, porque el Guayacán tiene otra cualidad: es un excelente combustible.
Este árbol es inalterable a la intemperie, a la humedad. Su excesiva dureza limita sus aplicaciones en mueblería y tornería. Pero su corteza es preciosa: se utiliza en medicina natural porque previene el colesterol. Y su fruto se usa como alimento para el ganado vacuno.
La etnia chorote –presente hoy en la región del chaco salteño- le da un uso medicinal. Y no son los únicos; también los guaraníes y la etnia toba usaron y usan sus propiedades curativas que también analizó la medicina moderna.
La decocción de hojas y corteza se usa para tratar el reumatismo, en forma de baños, para la tos y resfrío. La infusión de sus frutos se usa para calmar dolores estomacales. Además se emplea para disipar coágulos de sangre producidos por golpes; y también como abortivo.
El Guayacán (Caesalpinia paraguariensis, según su nombre científico) tiene representantes en varias provincias argentinas: Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, Córdoba, La Rioja, San Luis, Formosa, Chaco, Corrientes y Santa Fe.
Es un árbol de copa amplia y follaje delicado que permite el paso de la luz del sol proporcionando una media sombra. En primavera ofrece el vistoso espectáculo de sus flores amarillas en racimos.
El Guayacán y un mito de amor
Jorge Oliva reproduce en su libro “Historias del Gran Chaco” el siguiente relato atribuido al grupo Mataco-Maká, subgrupo Nivaclé: “Cuando las mujeres aborígenes encuentran a un hombre que les gusta lo marcan rasguñándole el rostro, el pecho y los antebrazos. El hombre es elegido siempre por la mujer y no puede tomar la iniciativa. La sangre de los rasguños indica que ese hombre está comprometido con esa mujer.
“Un día una muchacha que no había conocido hombre caminaba por una senda en busca de agua. De pronto se encontró con el árbol Nasuc, el Guayacán y se encendió su pecho. Totalmente enamorada, se abrazó apasionadamente al árbol y sin poder contener su deseo, arañó la corteza hasta que brotó sangre. Todos los días, camino a buscar agua, realizaba la misma ceremonia de abrazar y rasguñar a Nasuc, mientras lo encerraba en sus brazos le decía: ¡Como me gustaría que fueras hombre para poder casarme contigo!
“Eso continuó durante muchos días hasta que una mañana un hombre se apareció en la choza de la muchacha y sin pedir permiso, no respetando la costumbre, se acostó a su lado y le dijo: vengo a casarme contigo. La muchacha, sorprendida, le dijo que ella no quería casarse con nadie pero el hombre le aclaró que él era el árbol y que su amor y su deseo lo habían transformado en un ser humano.
Guayacán le repitió las palabras, las que la muchacha decía cuando abrazaba al árbol llena de deseo. La joven quedó convencida y se casó con él.
Así lo describe el maestro y poeta Aledo Luis Meloni (que tiene 103 años y vive en Chaco): “Un guayacán al sol, se entrega a su destino: polvareda de oro en la tarde bermeja. Se adivina en su copa la fiebre azul del trino y la maravillosa alquimia de la abeja.»