Cerca de las 14.30, con un sol glorioso, los muchachos de Koufequin se calzaron los mamelucos multicolor y abrieron el fuego del Super Festival gratuito que los más de 800 trabajadores del Grupo 23 y el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBa) organizaron para decirle No Al Vaciamiento del grupo de medios cuyas cabezas visibles son Sergio Szpolski y Matías Garfunkel, empresarios que adeudan tres meses de sueldo y el aguinaldo a la mayoría de sus empleados, a quienes dejaron sin obra social y sin aportes jubilatorios.
La grilla corrió con un contratiempo mínimo que no melló la participación de ninguno de los tantísimos artistas que -solidariamente- subieron al escenario del Parque Centenario. Fue una organización milimétrica que no parecía hecha por laburantes que no cobran el sueldo.
De las canciones rockeras de los Koufequin, que los niños bailaron con entusiasmo de jardín de infantes, al tango de 34 Puñaladas, con guitarras gardeleanas y esa impronta orillera que condujo a varios a la bruma del Riachuelo.
El ex director de la biblioteca nacional Horacio González participó de la radio que los trabajadores de la AM 1190 América llevaron a adelante con precisión suiza. Los empleados, que cuentan 26 días de paro, le dieron voz a todos los delegados del grupo que conforman el portal Infonews, Vorterix (en sociedad con Mario Pergolini), Rock and Pop, El Gráfico, el diario El Argentino y sus redacciones zonales de zona Sur y zona Norte del conurbano, más Rosario, Mar del Plata, Córdoba (los cinco dejaron de imprimirse), las revistas Cielos Argentinos, Siete Días, el canal de noticias CN23, Radio Splendid y el diario Tiempo Argentino, que junto con radio América acaba de ser comprado por el empresario correntino Mariano Martínez, que tampoco les pagó a los empleados. Todos se unieron contra el vaciamiento.
Después de Horacio González, tomó la escena su mujer, Liliana Herrero, que se emocionó y emocionó al público. Empezó hablando de la actual situación de despidos masivos en organismos públicos y dijo que todos los artistas deben aprovechar los espacios abiertos para decir desde su arte. Cantó “Garzas viajeras”, la perla de Aníbal Sampayo que reza “Vida de pobre de esperanza de sostiene/doblando el lomo para otro doblen los bienes”. Explicó que la TV Pública censuró sus dichos en el Festival de Cosquín y la voz se le quebró cuando desde el público le agradecieron su entrega y su compromiso político.
Los rockeros de Támesis, la tanguera Patricia Malanca y Guido Montoya Carlotto, el nieto de Estela de Carlotto que el año pasado recuperó su identidad, también se sumaron a una fiesta que sirvió para recaudar fondos para los empleados del grupo que están sin cobrar y con un riesgo inminente de perder la las fuentes de trabajo.
Chango Spasiuk -solo con su acordeón- se metió en las venas del río musical de Misiones, pero se cruzó a Corrientes para aplicarle ponzoña en “El Toro” y “Kilómetro 11”. La gente, que todavía tenía el sol de frente, dejó las reposeras y se paró a bailar. Debajo de los tilos del parque dos parejas reían y se rozaban las mejillas en el chamamé. Chango leyó unas líneas del Quijote, de Cervantes, que invitaba a la lucha por los imposibles y luego el relincho de su acordeón se llamó a sosiego para visitar los paisajes descalzos más del estilo de su disco Chamamé Crudo que del ensamble propuesto en los últimos tiempos. Cuando se bajó del escenario, sonriente, la gente rugía.
En los entreactos, Fernando Noy puso en escena su impronta de performer. Con la cabeza envuelta en un pañuelo con flores y un anillo superpoderoso, leyó poemas, narró, jugó alguna broma y levantó a un público que a esa hora iba cambiando: de las reposeras a las banderas, de las familias a las barras de amigos, del mate a la cerveza. Noy hizo saber por qué es un histórico de la escena under, mito del Parakultutal, pero con un oído en la tierra. Por eso invitó a la bagualera Laura Peralta, que gritó el desamparo con el cuero de su caja.
La gente se sacó las ganas contenidas de gritar que cuando empezaba a bajar el sol se las sacó con la impecable Flopa Lestani, que demostró que para hacer lindas canciones no hay que hacer otra cosa que lindas canciones, sin lastimarlas poniéndose por delante de ellas.
A Ariel Prat, juglar murguero, le cabe la exacta ropa del cantante del Río de la Plata: denuncia y barrio, estética y canciones. Con el chi qui chá del bombo murguero, Prat se lució, denunció y tuvo que hacer una más a pedido del público.
Con loops de sintetizadores, pero sobre todo con la potencia eléctrica de una banda señera de la escena rockera de resistencia, el pogo que desató Las Manos de Filippi hizo temblar el pasto que a esa hora ya era tierra fina, sobre todo en “Señor Cobranza”, que todos cantaron con la garganta pelada. Los muchachos demostraron que su insistencia por cantarle a las luchas obreras (Fasinpat, por caso), no están perimidas bajo el actual mandato de Mauricio Macri y certifican eso de que a veces hay que reír por no llorar. El histórico Hernán De Vega terminó con la camisa desprendida y sudando, feliz.
Acompañaron dirigentes políticos (Andrés “Cuervo” Larroque, Vilma Ripoll, Marcelo Ramal, Jorge Altamira). Cristian Aldana, de El otro Yo, reafirmó su compromiso político; Rep dejó su arte en un afiche que imploraba “Ni un (a) periodista menos”; Tati Almeida, histórica abuela de Plaza de Mayo, trajo al parque su inagotable sangre luchadora y entregó un discurso que arrancó una de las ovaciones de la tarde. El otro fue el de Víctor Hugo Morales, que encendió a una cantidad de gente que pasadas las 20 ya era una multitud.
Desde la batería de Lulo Esaín empujando y el bajo de Fede Ghazarossian, como si fueran ellos la sala de máquinas de un submarino, los muchachos de Acorazado Potemkim mostraron que también son un power trío: tocaron los temas de sus dos discos y, apoyados en el fraseo con reminiscencia tanguera de Juan Pablo Fernández, su vocalista y violero, dejaron el escenario hirviendo para llevarse un aplauso cerrado y sincero.
Al final, con los organizadores más relajados, todos bailaron con un encendido espectáculo del grupo que, pijamas a rayas mediante, se vistió para dormir pero logró el efecto opuesto: Bersuit Vergarabat, que incluyó los clásicos de un grupo que ya está metido en el imaginario popular argentino. El público trepó a los árboles y debieron reforzar la seguridad en los accesos para evitar desbordes en un festival prolijo, sin contratiempos ni escaramuzas ni policías ni nada que no fuera desahogarse en un grito conjunto.
Un minuto antes de las 22, cuando Bersuit le puso el broche al festejo, dos compañeros del Grupo 23 se abrazaron sin hablar, se apretaron el pecho y unas lágrimas gruesas -de esas que lloran los hombres- les rodaron por las mejillas. No podía haber mejor síntesis para un festival armado por los laburantes unidos en un grito que el domingo tuvo más de 20 mil gargantas acompañándolos.
Fotos: Rolando Andrade y Francisco Bravo