Las escritoras argentinas Samanta Schweblin, Mariana Enríquez y Leila Guerriero desembarcarán a partir de las próximas semanas en el universo anglosajón marcando un hito sin precedentes para las letras argentinas: la coexistencia de tres autoras nacionales en las bateas de Estados Unidos y Gran Bretaña.
La primera en salir a la caza de los lectores en lengua inglesa será «Distancia de rescate», la breve novela de Schweblin que presenta una trama sobre el vínculo entre madres e hijos, la transmigración y la muerte. Traducida como «Fever Dream», la obra se publicará el proximo martes a través del sello Riverhead.
«La novela ya se vendió a 16 lenguas pero todos los editores están esperando a que salga primero la de Estados Unidos antes de sacar ellos sus traducciones, salvo Alemania y Suecia, que ya lo publicaron -señala Schweblin en diálogo con Télam desde Berlín, donde reside-.
A fines de febrero será el turno de «Las cosas que perdimos en el fuego», la antología de cuentos de terror de Mariana Enríquez que será lanzada en Estados Unidos por el sello Hogarts (Crown) y en Gran Bretaña por Portobello Books (Granta). «La posibilidad surgió porque editores de Estados Unidos y Gran Bretaña se interesaron por el libro a partir de que lo conocieron en la Feria de Editores de Frankfurt; la edición española de Anagrama ayudó mucho y claro, el trabajo de agentes», sostiene la narradora y periodista.
Finalmente, también en febrero irrumpirá en el paisaje anglosajón «Una historia simple», la destacada crónica de Guerriero que registra las implicancias del Festival Nacional de Malambo de Laborde, que se realiza una vez por año en esa ciudad cordobesa de 6.000 habitantes. «El libro será publicado por New Directions bajo el título de ‘A simple story/The last malambo’. ¿Qué sabrán del malambo en Estados Unidos, no?», explica Guerriero, una de las grandes referentes del género en Latinoamérica.
Durante los 60 y 70, de la mano del boom que protagonizaron Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y en especial el colombiano Gabriel García Márquez -cuya novela «Cien años de soledad» fue ponderada en 1971 como uno de los 12 mejores libros del año por la crítica estadounidense- muchos narradores latinoamericanos lograron hacer pie en el universo editorial de la mano de obras que cumplimentaban el requisito de exotismo que parecía condición inamovible para los escritores del sur americano.
Décadas más tarde, el interés por las producciones del continente pareció aplacarse, con excepción de algunos autores que tuvieron su chance a partir de circunstancias casi azarosas, como el caso del chileno Roberto Bolaño, que protagonizó en 2007 un fenómeno en lengua inglesa tras ser elogiado por la ensayista Susan Sontag, cuando el autor de «Los detectives salvajes» ya hacía cuatro años que había muerto.
La movida que encabezan ahora las escritoras Schweblin, Enríquez y Guerriero es novedosa porque presupone una reactualización del interés por las letras argentinas como una apuesta colectiva y ya no aislada: cada una con sus protocolos de escritura y género que difieren bastante entre sí, constituyen una inserción auspiciosa en el mercado estadounidense, que a pesar de ser el mayor conglomerado de producción de libros con unos 300 mil títulos anuales, sólo incluye un tres por ciento de obras traducidas al inglés.
¿Qué supone para un escritor la transposición de la lengua originaria a otra acaso ajena o más esquiva en la que un texto queda necesariamente sujeto a nuevas significaciones? «Es un tema que me preocupa -admite Schweblin-. Somos escritores, la escritura es, sobre todo, una lucha de precisión palabra a palabra, y la traducción no deja de ser una interpretación, con toda la subjetividad que cualquier interpretación implica».
«La migración no me inquieta, porque me dejo llevar por un saludable desapego, pero me produce una infinita curiosidad saber cómo lidiará el traductor con algunas partes, digamos, sensibles. Yo soy muy obsesiva con el uso del idioma español, y puedo pasarme tres horas pensando en el ritmo de un párrafo, en que tal frase no tiene la sonoridad que tiene que tener o que choca con la musicalidad de la anterior.», analiza Guerriero.
Para Guerriero, la traducción tiene que tener su propia musicalidad, «puesto que lo grave o lo esdrújulo cambian. Pero lo que no puede o no debe o no debería pasar inadvertido para un traductor es la obsesión del autor con ese tipo de cosas: traducir esa obsesión es, también, traducir el libro».
Las escritoras Enríquez y Schweblin delegaron el trabajo de traducción en Megan McDowell, a quien coinciden en elogiar: «Luego de un primer borrador de la traducción, Megan me pasó una lista de dudas, o de cuestiones en las que era necesario repensar por razones de lenguaje, y fuimos ajustando detalles. Mi inglés no es muy bueno y sé que ella es una gran traductora, así que gran parte de este trabajo también quedó en sus manos», indica la autora de «Pájaros en la boca», que también se publicará en inglés pero en enero del año que viene.
En el caso de «Una historia simple», la traducción estuvo a cargo de Frances Riddle: «Durante toda la traducción del libro, ella no me preguntó nada. Y yo confié a ciegas. Pero además a mí la traducción me funciona un poco como a esos autores que, una vez entregado su libro para la versión cinematográfica, deciden que lo mejor es desentenderse.
A tono con el proceso de traslación de sus obras a otras lenguas, Enríquez y Guerriero ofrecerán el miércoles próximo en la librería Eterna Cadencia, en Honduras 5574, Capital Federal, una charla sobre los alcances y las dificultades de la traducción literaria.
Fuente: Télam