Cristian vive en Banfield, zona sur del conurbano bonaerense, y trabaja en Capital Federal. Cada día sale de su casa a las 7 y mientras escucha la radio, camina -corre- para no perder el tren que pasa por la estación veinte minutos después. Este día paga tres pesos por viajar, apretado, a Constitución: 100 por 100 más que la semana anterior. En Buenos Aires el aumento en el costo del transporte público avisado por el gobierno se hizo realidad en los bolsillos el pasado 9 de abril.
Mientras se acerca a la boletería escucha en la radio a Guillermo Dietrich, el actual ministro de Transporte, decir que «el aumento es en porcentaje muy grande pero en términos de plata no es tanto». Entonces Cristian hace la cuenta de cuánto deberá pagar por mes para tomar el tren. Serán $120 en lugar de los $60 que gastaba antes.
Llega a Constitución y camina hasta la parada de la línea 45 del colectivo. Hace la fila y logra leer desde lejos un anuncio en un poste que avisa los nuevos valores. Entiende que viajar es más caro también sobre el cemento: el boleto que le costaba $3,25 ahora le sale $6,25. Su viaje al trabajo a partir de ahora le cuesta el doble.
Dos señoras comentan mientras esperan el colectivo el próximo aumento del subte y Cristian recuerda las noticias que leyó al respecto. La idea del Poder Ejecutivo es llevarlo a $7,50 a fines de mayo, lo que representa un salto de 50 por ciento con respecto a la tarifa actual de 5 pesos. Viajar, que hace mucho dejó de ser un placer, ahora será, además, caro.
El banfileño llega al trabajo y prepara un mate amargo. Apoya el cuerpo cansado de tanto viaje en el marco de la ventana que da a la avenida 9 de Julio. Ve cientos de personas que hacen filas eternas para colectivos y caminan apuradas. Se chocan entre sí. Cristian no entiende cómo todo aumentó tan vertiginosamente, en tan poco tiempo. Viajar nunca fue tan difícil. Viajar ya no es un placer.