Ariel Díaz vive en Comodoro Rivadavia y tiene 39 años. El 29 de mayo pasado recibió el riñón de su amigo Juan José Fazio, de 37, en una intervención simultánea en el hospital Alemán de la ciudad de Buenos Aires. La operación se realizó luego de que la Justicia dictara en Comodoro Rivadavia un fallo histórico y aceptara la intervención quirúrgica, ya que el donante no tiene ningún vínculo familiar con el trasplantado. La evolución es favorable.
Ariel y José se conocen desde la infancia, y tuvieron que probar ante el juzgado que intervino que no se trató de una venta de órganos sino un gesto de solidaridad que el donante asumió tras compartirlo con su esposa y sus dos hijos, de 16 y 17 años.
“Estoy bien, recuperándome y sin ningún dolor y por lo que sé Ariel también está bien, porque el riñón no recibió ningún rechazo hasta ahora, pudo hacer la función urinaria porque orinó 10 litros y eso nos deja muy tranquilos” dijo Fazio desde el hospital Alemán, donde está internado.
“La diferencia entre un donante fallecido y nuestro caso es que en el primero lo maneja el Incucai (Instituto Nacional de Ablación e Implante) y en el mío fue una decisión personal, que debí probar ante el juez para demostrar que no existe venta de órganos o algún otro factor que no sea mi voluntad”, explicó Fazio.
El donante recordó que en general son causas que llevan varios meses de espera hasta que se resuelven, pero ante la urgencia y el echo de que su amigo estaba en la lista de espera en una fase complicada, se resolvió en apenas 10 días habilitar la intervención de trasplante de riñón.
Para ello «debimos aportar fotografías de la infancia, testigos de ambos lados, en fin, todo lo necesario para mostrar que nos conocemos de toda la vida y que es una decisión personal que se da en el marco de una amistad plena”, resumió.
«Lo charlé con mi familia y todos fuimos despejando los temores lógicos de la intervención, aunque debo reconocer que no se me pasó jamás por la cabeza arrepentirme de la decisión tomada -afirmó- para lo cual tenía tiempo incluso hasta el último día».
El más difícil de convencer, dijo, fue su amigo: «Juanjo no quería saber nada hasta que le dije que se deje de embromar, porque su estado se iba deteriorando cada vez más y podría ser irreversible».