Ignacio Peries es uno de esos fenómenos que, de repente, desbordan toda lógica, toda racionalidad. Continuamente los seres humanos nos movemos, actuamos, pensamos, movidos por procesos de lógica pura. Entre ellos, la emoción y también la religiosidad. Tampoco la ciencia, hasta hoy, nos ha dado certezas irrebatibles que nos fuercen a alejarnos de la magia, de la superstición o, más consistentemente, de la fe.
Hace ya varios años, Florencio Escardó, un médico muy sabio en eso de atender el cuerpo y el alma como una sola entidad indivisible, dijo: “Medicina es lo que cura”. Totalizadora definición de una ciencia que, como otras, avanza merced al ensayo y el error.
Por mi parte pude comprobarlo al enfrentar la tarea de contar la historia del Padre Mario. Creí, entonces, que jamás volvería a escribir la historia de un sacerdote que, como Mario, se sale de los límites, de los moldes que prescribe la Iglesia como institución. No fue así. El fenómeno social producido hoy en torno de Ignacio es tan atractivo y sorprendente como el que desató Mario Pantaleo.
Dos testimonios de curaciones
“Conocí al padre Ignacio en 2008 por intermedio de mi esposo –recuerda Liliana Stiglione. En noviembre de ese año me detectó un tumor en el ovario. En realidad no me dijo lo que tenía, simplemente me palpó la zona.
Cuando me hice los estudios de rigor, allí apareció lo que tenía. Me dieron el diagnóstico y me estuvieron controlando hasta ahora.
El tumor fue creciendo vertiginosamente, pero en septiembre, el padre Ignacio volvió a tocarme la misma zona. Y la semana pasada, a través de otro estudio ginecológico, apareció una novedad importante: se había reducido la parte sólida del tumor y es mucho más acuosa. Yo considero que el padre Ignacio es un verdadero instrumento de Dios, despojado de todo protagonismo. El mismo no quiere que lo llamen “cura sanador”, sino que considera que todo está sujeto a la suprema voluntad de Dios, que él está siendo utilizado por Dios, por eso tiene tan bajo perfil”.
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“Yo llegué a Rosario a ver al padre Ignacio en 2004 –recuerda Teresa Valles, una mujer de 74 años. Estaba desesperada y desahuciada al mismo tiempo. Me había descubierto un tumor en la garganta y, según los médicos, era inoperable.
Comencé a recibir quimioterapia pero no mejoraba, iba quedándome sin habla y también sin esperanzas. Yo no conocía al Padre Ignacio, pero una vecina me lo recomendó. Ya en esa época era enorme la cantidad de gente que llegaba hasta Rosario para que él la bendijera. Llegué una tarde a eso de las seis y me pasé toda la noche esperando la primera misa del día siguiente, que era a las 8 de la mañana.
Terminé entrando a la capilla a las tres de la tarde porque la cantidad de gente era tremenda. Cuando estuve frente a él, directamente me puso la mano en la garganta y después me dio una medallita y me abrazó.
Una de las colaboradoras me dijo el tratamiento que debía hacer: rezar y tomar agua bendita, pero el padre me dijo que tenía que ir a verlo cada 15 días. Yo ni siquiera había podido hablarle; él fue directamente a la garganta sin que yo dijera nada. Volví cuatro veces más y casi dos meses más tarde empecé a recuperar la voz y a sentirme mejor.
Cuando los médicos volvieron a hacerme estudios me dijeron que el tumor se había achicado y a los seis meses desapareció. El Padre Ignacio me devolvió la vida porque los médicos ya me habían dicho que no había nada que hacer.
Desde entonces vengo todos los meses a agradecer y a presenciar sus misas, que son maravillosas. Lo que se siente aquí es imposible de contar, uno tiene que vivirlo. El Padre transmite una energía enorme y eso se refleja en sus misas.”
Extractos del libro Padre Ignacio, pasión por curar, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, año 2011. El mismo autor publicó, entre otros libros: Padre Mario, el cura de las manos milagrosas, de la misma editorial. Su último libro es La era de los culatas.
Por Jorge Zicolillo (del libro «Padre Ignacio, pasión por sanar»)