Con un hongo, evita el uso de venenos y produce una cantidad record de lechugas. Mirá cómo hace este verdadero fenómeno de la agricultura nacional.
Carlos Cabral tiene la risa fácil y las mangas de su camisa de trabajo abotonadas cerca de los puños a pesar del calor de enero. Y tiene pasión por lo que hace. Lo que hace es producir lechugas sin necesidad de aplicar venenos que combatan las plagas que las amenazan.
«Este es el año de la horticultura. Hay mercadería y muy buenos precios a entre 8 y 10 pesos el kilo», dice el hombre mientras inclina el termo que lleva bajo el brazo y vuelca un poco de agua caliente en el mate que tiene en la otra mano.
Así, sin venenos, el hombre contradice a quienes piensan que producir en cantidad quiere decir resignar la calidad. De todos modos, no intenta revolucionar los sistemas de producción de verduras. Porque Carlos Cabral no tiene tiempo para pensar en otra cosa que no sean las plantas de lechugas que crecen en su campo de Riachuelo, una localidad ubicada a escasos kilómetros de la ciudad de Corrientes, capital de la provincia.
«Los hongos que le aplico enferman a las larvas y gusanos, pero no a los enemigos naturales. Eso es bueno para el manejo porque evitamos el uso de agroquímicos», dice Carlos, que es técnico agrícola y sabe de qué se trata eso de producir cantidad sin olvidarse de la calidad.
«Saco 1750 kilos de lechuga de un sólo galpón. Eso significa un récord para mí», dice el quintero respecto de la producción de un galpón de 50 por 8 metros, donde siembra a una densidad de 25 por 20 centímetros todo el año y durante el verano cambia a 25 por 30.
Las plantas están aptas para la venta a los 60 días de ser transplantadas. Cabral siembra Grand Rapid y NOA, variedades de lechugas. Le compra los plantines a una señora que, como él, tiene el crédito de la municipalidad. La plantinera también se ata al sistema que tiene Carlos, que siembra casi ajustándose al cronómetro.
«Enero es un mes para sobrevivir. Pero yo produzco todo el año, voy generando un mercado porque vendo lechuga a una cadena de hipermercados de la ciudad de Corrientes (Impulso)», dice el hombre, que vende 2500 kilos de lechuga por semana. Y se da algunos lujos: rechazó una oferta para vender 1500 kilos de lechuga semanales. Tiene bajo cubierta 7000 metros cuadrados de lechuga. Y está limpiando un campo para sembrar acelga a cielo abierto.
Abona con cama de gallina y estiércol de vaca cada seis meses y aplica fertilizantes. Su tierra descansa una semana tras cada cosecha de lechuga.
El riego merece un destacado: en los primeros días tras la implantación riega con un sistema de aspersión llamado water fly, que no erosiona ni lastima los plantones, pero conforme la planta crece puede provocar algún hongo en la hoja pues no llega al suelo. Entonces, cambia el sistema de riego por uno por goteo.
Verduras para todos
El sol ya no lastima: es una bola de fuego naranja que va anaranjado todo desde el horizonte. Naranjas quedan los campos de este barrio llamado Santa Margarita, donde los árboles altos hacen bajar cinco grados la temperatura con respecto a la ciudad, donde el asfalto refracta el sol y convierte a las calles correntinas en un horno de barro.
Un perro ladra a la camioneta apenas la ve. Es el American Stanford de Carlos, que sólo declina su dominio ante el gato del campo, el único capaz de doblegar el impulso del can, que no sólo ladra al móvil, también nos ladra a nosotros: le ladra a Carolina Escalante, la veterinaria posadeña de la Municipalidad de Corrientes y le ladra a Carlos Sánchez. Ambos trabajan en la Secretaría de Desarrollo Productivo y Economía Social de la Municipalidad de Corrientes, la cartera encargada de financiar a los productores para potenciarlos. «Tenemos muchos productores de hortalizas de hojas, a quienes los asistimos con créditos en herramientas e insumos: les armamos los invernaderos, les compramos las herramientas. Hacemos eso para evitar los problemas con la rendición de cuentas», dice Carlos.
Hay 180 productores como Carlos en la zona periurbana, formalizados o en vías de estarlo. El problema es el abastecimiento: sólo el 5 por ciento de las verduras, hortalizas y frutas frescas que comen los correntinos están producidas acá. «La idea es saltear el mercado con el doble objetivo: vender un buen producto a menor precio y que el productor tenga una llegada directa al comprador para obtener un mayor beneficio», dice Diego Ayala, secretario de Desarrollo Productivo y Economía Social del municipio de Corrientes.
El objetivo del municipio es poner unir las producciones: el cítrico de Bella Vista, el tomate y la cebolla de Goya, el arroz de Alvear, la batata de San Roque. Todo al alcance de la mano. Como para volver cierto el deseo de que la agricultura familiar sea el verdadero motor del autoabastecimiento correntino.
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