Hace 18 millones de años, las especies de caballos se multiplicaron: la subfamilia Equinae comenzó una rápida diversificación que culminó en la aparición de unas 140 especies, la mayor parte de ellas hoy extintas. Solo quedan siete especies salvajes: tres de cebras, el kiang de la meseta tibetana, el asno salvaje asiático, el asno salvaje africano y el caballo de Przewalski, originario de las estepas de Mongolia.
Durante décadas, la comunidad científica ha pensado que aquella explosión estaba vinculada a la expansión de un nuevo tipo de hábitat: las praderas. La teoría clásica sugería que los caballos que por entonces pululaban por Norteamérica desarrollaron dientes más altos, para aguantar el desgaste de comer hierba. También se habrían hecho cada vez más grandes, para defenderse de los depredadores en los nuevos espacios abiertos y para optimizar la digestión del alimento, poco nutritivo, según explica el paleontólogo español Juan López Cantalapiedra, del Museo de Historia Natural de Berlín.
Una investigación encabezada por Cantalapiedra anula ahora esta teoría clásica. Tras analizar los rasgos de 138 equinos —las siete supervivientes salvajes y 131 extintas— sus datos sugieren que los cambios en el tamaño y la dentición de los caballos fueron más lentos de lo que se pensaba, así que no tuvieron un papel esencial en la gran diversificación de especies.
No hubo una serie de rápidas adaptaciones morfológicas como respuesta a la aparición de las praderas. Lo que ocurrió, según el paleontólogo y sus colegas, es que factores del entorno, como los cambios climáticos, generaron ecosistemas fragmentados y con suficiente alimento como para mantener a multitud de poblaciones aisladas y diferentes genéticamente, aunque parecidas físicamente.
“Norteamérica era la factoría de hacer caballos. Cuando surgía un diseño ganador, pasaba a Eurasia a través del estrecho de Bering y de allí a África”, señala Cantalapiedra, cuyo trabajo se publica hoy en la revista Science. Los linajes americanos llegaron a Eurasia en dos dispersiones facilitadas por cambios climáticos, hace 11 y 4,5 millones de años.
“En esos momentos volvieron a diferenciarse multitud de nuevas especies de caballos repentinamente, pero no hubo cambios especialmente rápidos en sus rasgos morfológicos”, ha subrayado en un comunicado la paleobióloga María Teresa Alberdi, coautora del estudio e investigadora del CSIC en el Museo Nacional de Ciencias Naturales.
Tras haber sido la fábrica de caballos del planeta, los equinos se extinguieron en América, pero sobrevivieron en África y en Europa. Desde allí regresaron en 1493, en el segundo viaje de Cristóbal Colón