El taiwanés Ming Seng mira su obra desde abajo y desde arriba, en puntas de pie, de un lado y del otro. La israelí Tanya Preminger termina de guardar el cincel y el martillo en su caja de herramientas. El bieloruso Viktar Kopach pide a su colega el compresor y libera a su obra del polvillo. Más allá, el chino Qian Sihua besa las líneas y los nervios de “Para siempre”, la obra que -sabremos a la noche- será la ganadora de la Bienal de Escultura del Chaco, un evento de arte a cielo abierto organizado por la Fundación Urunday.
Pero nadie sabe ahora, casi mediodía de calor en el invierno chaqueño, cuál de estas esculturas será la triunfadora. “A mi me gusta la de la canadiense”, dice una señora con aires de jurado. “Nunca me equivoqué con el ganador”, remarca mirando a su hijo, que arquea las cejas. “Para mi gana China, parece que hubiera doblado la piedra y que la escultura girara”, dice el chico.
El reloj dice que faltan cuatro minutos para las 11 del día crucial de la Bienal de Escultura del Chaco. El japonés Hiroyuky Asakawa suelta las bolitas de su “Caída en el amor”, una obra dominada por surcos y desniveles, al lado de la cual posa junto con Fabriciano, el padre de este monumental concurso a cielo abierto.
Hace 20 minutos que Viktar Kopach, de Bielorusia, abrazó a quien lo ayudó. Ambos sonreían, pero ninguno hablaba. Habían montado en un bloque de hormigón una obra de arte de 2000 kilos que en curvas y contracurvas representa el equilibrium, lema de esta Bienal, a partir del agua como motor de la vida. Será el tercer premio, pero él tampoco lo sabe todavía.
Milton Estrella pensó en el yin y el yan para su obra que al día de hoy seguimos sin saber cómo caló en el medio, como si le hubiera hecho un tajo con una hoja de acero. Ahora Milton, el más pulcro de los escultores, el día de la presentación ante el jurado mira, con el sol pegándole a uno de los lados, el pulido de su obra.
“Es un trabajo duro, corporal”, dice Pascale Archambault, una canadiense que camuflada bajo un ropaje de jean negro abre vetas en el mármol con mañas de obrero, amoladora en mano, cincel a veces, rodeada de una nube ultrafina de polvo y del público, que la sigue de cerca y la premiará con el voto.
“Podría seguir trabajando un mes en la obra, perfeccionando la forma pero no lijando, trabajo la textura”, avisa la mujer que llegó aquí por primera vez hace 20 años. Lo dice protegida detrás de una máscara en lo que hace seis días era un bloque de 1,50 metro por 50 por 50 centímetros y ahora son dedos de una mano apoyados en un pie. “La gente viene con dedicación, con ganas, con curiosidad y con la misma calidez que hace 20 años”.
El jurado, compuesto por el uruguayo Diego Santurio y los escultores Aquiles Jiménez, de Costa Rica, y León Saavedra Geuer, de Bolivia, recorrió de noche las obras, en la soledad del predio y durante una hora, y al otro día eligió sin dudar a los tres ganadores. “La obra es la que habla”, dice Santurio respecto del criterio de selección de los ganadores.
“Aquí hay artistas que han ido a más de 50 simposios, no viene cualquiera a esta Bienal, que por su tamaño es única en el mundo”, consideró.
Como cada invierno, durante una semana Resistencia tiene a los ojos del mundo puestos en un espectáculo único: 11 artistas esculpiendo una obra de arte ante la mirada de miles de personas, que llegaron entre el 16 y el 24 de julio hasta el Domo del Centenario, un predio ubicado a cuadras del centro de la capital chaqueña, para romper el record histórico de público en los 28 años de la Bienal: 360 mil personas y sólo 30 mil en la penúltima noche.
Paciencia de piedra
Néstor Vildoza parece chayado de febrero o tiznado de rescoldo. El escultor argentino es una figura recortada en un blanco de microscópicas partículas de un mármol que a esta hora, mediodía, contrastan en un cielo azul de furia y se vuelven una nube que disuelve el aire húmedo de Resistencia.
Vildoza, ganador del premio de los niños, habla de la emoción conjunta de la obra de arte. A cada palabra le suceden una amoladora a 1000 revoluciones por minuto, una nube blanca de mármol, un anuncio por altoparlantes, el bullicio de la gente. La voz llega en cuentagotas cuando menciona las particularidades del mármol travertino. “A la gente le cuesta reconocer qué figura hay adentro de la piedra. Pero llega un momento en que la obra explota, en que se la ve redondita, acabada. Con otros materiales la obra explota de entrada, con el mármol hay que esperar”, dice.
“El lazo que hay aquí con la gente es un extraño fenómeno. Nunca, dicen los escultores, la gente le brinda tanta calidez. El Chaco enriquece el espíritu del ser humano”, marca y remarca Fabriciano, el mentor de la Bienal, que antes de ser esta maravilla con artistas que además hacen esculturas en el agua y en la arena (el maravilloso Alejandro Arce, y en la madera el premio Desafío Hierros Líder, donde estudiantes tienen 48 horas para terminar su escultura), fue un impulso de Fabriciano tallando sobre madera en la plaza 25 de mayo, del centro de Resistencia.
“Hay gente que se repite hasta hacer toda su vida lo mismo. La clave es ser un transgresor permanente. No hay que quedarse en la receta aprendida, sino tomar riesgos. Hay que pelearse, no hay conformarse con el aplauso y ser autocrítico. A mi me gusta el que arriesga, el que se equivoca, el que mete la pata; el que trasciende”. Néstor Vildoza.
Después de cantar una canción de amor hacia su país, un tema pacifista con aires melancólicos, el iraní Behnam Akharbin cuenta que suele trabajar en formas geométricas, pero con una premisa: la identidad. Pergeñó una escultura en base a los cortavientos de su patria. Una obra con una ventana por la cual puede mirarse el cielo y una leve inclinación. En su primera vez en América, en Argentina y en el Chaco dijo: “Estar en esta Bienal es como un sueño, es hermoso el contacto con la gente, el amor de la gente, la calidez”.
Lo mismo opina Vildoza: “No se necesita hacer un circo para que la gente venga. La gente viene a ver este arte de la escultura a cielo abierto. Esto es único en el mundo, por eso hay que quererla y conservarla a la Bienal del Chaco”. No por nada se anotaron 182 artistas de 42 países para venir a esculpir al Chaco. Por la Bienal, Resistencia es la ciudad de las esculturas, con más de 500 obras repartidas en toda la ciudad.
Además de los artistas internacionales, hubo escultores nacionales haciendo obras en vivo y en directo, un patio de comidas, una feria con artesanías autóctonas (mimbre, cerámica, madera, tejidos de algodón) y diseños innovadores (carteras hechas en caucho) y artesanos de todo el país, espectáculos de cocina en vivo, charlas, teatro, baile de la mano del Ballet Folklórico Nacional y una idea: el arte como liberador del espíritu.
Fueron ocho días con sus noches en donde casi 400 mil personas -algo así como el doble de la población estable de Resistencia- llegó a este predio para ver un clásico: la Bienal, esa que Fabriciano sintetiza así, como si dejara la frase tallada en mármol: “En todos los inviernos de sus vidas habrá un Chaco cálido y una Resistencia de las esculturas esperándolos”.
Los premiados
Premio de los niños: Néstor Vildoza (Argentina)
Premio del Público: Pascale Archambault (Canadá)
Premio de los escultores: Milton Estrella (Ecuador) y Qian Sihua (China)
Premio Poder Legislativo: Pascale Archambault (Canadá)
Premio Tarjeta Naranja: Milton Estrella (Ecuador)
Premio Femechaco: Behnam Akharbin (Irán)
Premios del Jurado:
Ganador: Qian Sihua (China)
Segundo premio: Viktar Kopach (Bielorusia)
Tercer premio: Hiroyuki Asakawa (Japón)
Fotos: Esteban Raies y gentileza Prensa Bienal Internacional de Esculturas del Chaco