En Iruya el sol asoma temprano por las montañas y las va pintando de rojo y amarillo. Un rocío de madrugada cubre de aire fresco de las calles y humedece los empedrados. El sol los va entibiando a ellos también, mientras el pueblo despierta y los árboles comienzan a dar sombra.
Tres niños con guardapolvo blanco hablan entre ellos y caminan lento hacia la escuela. Todos caminan lento. La panadería -sin nombre ni cartel- abre a las 9. Dos mujeres esperan el pan caliente para acompañar el mate mientras charlan de una receta con quínoa. Luego, un turista ruso les pregunta cómo llegar al Mirador de la Cruz. Lleva una cámara de fotos, binoculares, un libro y el asombro en las pupilas.
Este pueblo pertenece a Salta, pero sólo se accede desde Jujuy. En Humahuaca hay un colectivo por día que recorre los 80 kilómetros que lo separan de Iruya. El recorrido es de montaña, con precipicios y un camino angosto con curvas cerradas en las que no cabe un suspiro.
Se pasa por el pequeño pueblo de Iturbe y el paraje Abra del Cóndor, que marca el límite entre Jujuy y Salta, a 3940 metros sobre el nivel del mar. A partir de aquí comienzan 19 kilómetros de descenso, con el lecho del río Colanzulí acompañando el camino. Se ven paredones altos de piedras amarillas, rojas y verdes; y aparecen algunas casitas perdidas entre las montañas.
Iruya, que significa “paja brava” o “lugar de los pastos altos”, aparece a lo lejos como colgando de la montaña, sostenido por las calles que lo amarran para que no se caiga. Lo primero que se ve es su iglesia, pintada de amarillo y casas rodeándola.
Como salido de un cuento, mantiene un estilo colonial. Calles empedradas con subidas y bajadas empinadas. El estilo de las casas remiten al año 1700: paredes de cincuenta centímetros de ancho, de adobe, piedra y paja, con galerías y aljibes. Sus habitantes tienen un andar lento y pacífico. Usan ropa sencilla, hechas por ellos.
La luz eléctrica de red llegó recién hace 15 años y trajo algunos rasgos de modernidad, sin que ésta logre romper la tradición, como la de las comidas; las empanadas fritas de carne y de humita, el guiso de cordero, los tamales, la tortilla de quínoa con queso de cabra, y un postre de queso de cabra con dulce de cayote.
De noche Iruya se apaga y las calles se tapizan de silencio. Un perro juega con su cola y cansado se acuesta a mirar la luna, luminosa, que marca los contornos de la montaña e ilumina el empedrado y el cause del río. Aquí las estrellas parecen estar más cerca y brillar con más fuerza. El cielo es una sinfonía perfecta de luces y silencio.
El 18 de febrero de 1995 la localidad de Iruya fue declarada Lugar Histórico Nacional por Decreto 370 del Poder Ejecutivo de la Nación.
Un paseo por la historia
El pueblo fue fundado en el año 1753, aunque las actas de nacimiento indican que la presencia de habitantes, descendientes de los Incas, se remonta un siglo antes. La cultura aborigen se entrecruza con la cultura hispana, logrando la supervivencia de ambas.
Los primeros habitantes se dedicaban, y continúan haciéndolo, a la cría de ovejas, cabras y llamas. Cultivaban maíz, papas, ocas y otros productos. Incluso hoy sus habitantes practican el trueque. Debido a su cercanía con la quebrada de Humahuaca, el turismo está comenzando a desarrollarse. Hoy se calcula que Iruya cuenta con mil doscientos habitantes.
Desde Iruya a San Isidro
Por un complicado camino de montaña de ocho kilómetros, se llega a San Isidro –o San Isidro de Iruya- un pequeño pueblo detenido en el tiempo, aislado en un alto cerro desde antes de la llegada de los españoles e incluso de los incas. El viaje puede realizarse a caballo o a pie, siguiendo durante una hora el cauce seco del río, el cual crece en época de verano y dificulta el camino.
En el recorrido se ven piedras de todos los colores del arco iris, cascadas y arroyos, burros, caballos y aves exóticas. Al llegar a San Isidro hay que subir por una escalinata empinada de cien metros. Sus 350 habitantes se distribuyen en 6 barrios: Pueblo Viejo (el más importante), Pumayoc, La Laguna, Trihuasi, La Palmera y La Cueva.
El pueblo tiene luz desde el 2013, hay cancha de futbol, una escuela y la casa de cultura que tiene como objetivo recuperar las costumbres ancestrales.
San Isidro tiene excelentes hilanderas y tejedoras, como la tía Clementina; sin dudas, Emiterio Gutiérrez es el mejor artesano del telar, cuya casa no es fácil de encontrar pero bien vale el esfuerzo.