La ghrelina es una hormona relacionada con la regulación del crecimiento y el apetito. Investigadores del Conicet La Plata estudian su funcionamiento para intentar descubrir cómo actúa dentro del cerebro y lograr resolver trastornos alimenticios severos.
La ghrelina, conocida también como la «hormona del hambre», es estudiada por un equipo de investigadores argentinos en el Instituto Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE). «Hubo algunos trabajos en el 2001. Desde que se descubrió la hormona se intentó describir qué cosas hacía, y lo primero que se vio fue que estimulaba el apetito, regulaba el crecimiento y la glucosa en sangre», explicó Mario Perello, quien está a cargo de los once investigadores, entre veterinarios, biólogos moleculares, genetistas y bioquímicos.
Perello realizó sus estudios referidos a la ghrelina y trastornos vinculados con los mecanismos que regulan el apetito en la Universidad de Texas, y regresó al país en 2010 en el marco del proceso de repatriación de científicos que se propició a través del Programa Raíces del ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
En 2007 aparecieron trabajos en humanos que mostraron que esta hormona regulaba aspectos subjetivos del comer. Aumenta cuando uno tiene hambre, es la que indica al cerebro, «tenés que comer'».
«En estos estudios se vio que con la hormona lo que cambia es la percepción que tenemos hacia la comida. Lo que estamos estudiando, que aún no descubrimos, es cómo ocurre esto dentro del cerebro porque el cerebro es como una caja que está llena de circuitos, cables y conexiones y todas esas funciones están interconectadas y reguladas», explicó el investigador oriundo de Pehuajó.
«Queremos saber cómo se integra todo para generar una respuesta y demostrar cómo esta hormona regula el vaciado gástrico. Cuando aparece el hambre el estómago procesa la comida más rápido para poder comer más cantidad y eso es entonces lo que estamos demostrando ahora».
Los hallazgos referentes a esta hormona permiten al equipo trabajar en dos líneas de investigación: para regular lo que hace la hormona, desinhibirla o en otros casos por ejemplo con enfermos de caquexia (un estado de extrema desnutrición producido por dolencias como la tuberculosis y el cáncer), estimularla para aumentar el apetito. El otro eje apunta a determinar si el valor que tiene esa hormona en sangre sirve como un marcador de algo.
El investigador del Conicet aseguró que «por eso estamos trabajando con el Hospital de Niños para ver si el nivel de esta hormona en sangre nos puede ser útil desde el punto de vista clínico para decirnos algo del apetito que tiene un paciente o de las posibilidades que tiene de engordar. La medición en sangre nos podrá permitir objetivar el hambre, ya que es algo muy subjetivo de cada persona, que es otro de nuestros intereses», concluyó.