Alejandro Modarelli reúne en La noche del mundo una serie de relatos constituidos por historias individuales –incluso la propia de un coma inducido- con un fin reflexivo y rebelde. Estos textos breves nos invitan a pensar el contexto sociopolítico del mundo LGBT y en especial el del lugar periférico del trans. Por Andrés Buisán
Los primeros textos son crónicas surgidas del “Diario del coma”, registros de cuando el autor estuvo en coma inducido en Santa Cruz de la Sierra, luego de un aterrizaje forzoso de un vuelo que llevaba al autor desde Bogotá hacia Buenos Aires. De aquellas alucinaciones surgen textos con una cadencia barroca que obligan a una lectura continuada y sumergen al lector en un mundo onírico, donde puede reconocer personajes como Cristina Kirchner y Pedro Lemebel, envueltos en historias gozosas y transgresoras.
Quizá la transgresión sea una categoría que atraviesa el libro y permite entender su propuesta central. Pero ¿transgresión a qué y por qué? Es difícil decir simplemente que a la ley –la norma que nos rige- y también sería erróneo decir que porque sí. La segunda parte, titulada “Res Pública”, y la tercera, “Epístolas romanas”, están conformadas por textos, varios de ellos publicados en el suplemento “Soy” de Página 12, que permiten entender la transgresión propuesta.
La “cosa pública”–res pública- reivindicada refiere a un espacio público donde se resisten los embates de la ley. Los cines, las estaciones de ferrocarriles y los parques son –o lo eran- espacios de resistencia a las prohibiciones públicas. Una crónica reflexiona sobre el Parque Vóndel en Amsterdam, donde se autorizaron las relaciones sexuales, y pone el foco en cómo esta legalización –pero también es extensivo a otras- debe ser entendida como una forma de control funcional a un sistema político económico.
Por otra parte, ciertas conquistas de derechos, como el matrimonio, son aplaudidas con reservas y son vistas como insuficientes. Más aún aquellas que despiertan las avaricias de mercaderes que no pierden tiempo en ver en una ampliación de derecho una demanda de mercado. Así también la crítica llega al “gay a la page”, a la excesiva selfie y la (auto)adoración del cuerpo, cuya consecuencia es que “ahora la superficie es definitivamente el fondo”. La uniformidad de los “gays anabolizados” no es otra cosa que la uniformidad dictada por la mercancía: a ellos se destinan los productos del mercado. Frente a ellos, el autor grita su “bronca soledad maleva”.
La búsqueda de transgresión a la ley no es indiferenciada. Se la trasviste para resistir un orden social machista jurídicamente organizado, pero no se la olvida para apuntar al centro de la Iglesia Católica. La tercera parte, “Epístolas romanas”, visibiliza casos de homosexualidad en el clero y denuncia, con estilo irónico, los abusos: “Que la purga no llega a modificar el pasado reciente de la iglesia, y ese pasado regresa no como farsa sino como escándalo en los juzgados del mundo”. Párrafo aparte merecen los ecos, el tejido de textos que se van aludiendo en todas las crónicas, como en esta última cita en la que se hace referencia al famoso libro de Karl Marx, también evocado en el subtítulo del texto de Modarelli, “Brumario de maricas”.
El libro contiene, diseminadas, muchas expresiones que señalan cambios de registros y de lenguas, así como referencias a escritores o críticos culturales provenientes de las academias. Esto se puede leer en el diálogo continuo entre el texto, el editor y el autor a través de las notas al pie. En ellas encontramos comentarios sobre el cuerpo del texto, críticas y correcciones que logran, quizá al estilo de Bertolt Brecht, cortar la acción –de leer- y distanciar al lector. Sorprende, por ejemplo, que el editor, por momentos, cuestione lo que dice el autor o indique un error.
En la cuarta parte titulada “Necrofilias” se ve también esa escritura gozosa en la evocación de figuras entrañables, como Pedro Lemebel, Chavela Vargas o Carlos Monsiváis. Estas necrofilias también abordan la Alemania nazi a partir de la figura de Rudolf Brazda, que expresa el reconocimiento tardío del lugar que los homosexuales ocuparon en los campos de concentración; y el Chile actual con el caso de Daniel Mauricio Zamudio Vera, joven gay asesinado en un parque de Santiago. Crimen que, para el autor, “horrorizó a la sociedad chilena, tan conservadora, como si hubiese descubierto de golpe, en su gallinero, materializado el fantasma inmemorial del odio contra los homosexuales”; y por el cual se gestó la norma antidiscriminatoria llamada “Ley Zamudio”.
El libro concluye con la “reivindicación de la carne”, realizada a partir de una crónica situada en Egipto y contextualizada en la “primavera árabe”. Así, se configura una cartografía mundial que habla de latinoamericanos, de occidente y de oriente; de personajes entrañables y aborrecibles; de goces y sobre todo de resistencias. Ese espacio está atravesado por un tiempo: el pasado presente. La crónica de lo que sucedió y las luchas contemporáneas de “las locas”. Este espacio tiempo es justamente “la noche del mundo” que se erige contra el orden jurídico patriarcal, la “normalidad” y las implacables garras que adopta el mercado.
La noche del mundo, de Alejandro Modarelli (2016, Mansalva). 135 páginas.