Cada día, cientos de pesqueros de distintas nacionalidades arrasan con el calamar en el mar argentino.
Al caer la noche sobre Trelew, los oficiales y suboficiales de la escuadrilla aeronaval de exploración comienzan a realizar las tareas previas para una misión de rutina, inspeccionando la zona económica exclusiva argentina en el Atlántico Sur, revisando el fuselaje y los motores del P-3, un avión de más de 50 años.
Aunque conocen cada detalle de lo que harán en las próximas cuatro horas, saben que la jornada será distinta porque llevarán consigo a un grupo de funcionarios y periodistas para que conozcan la «preocupante realidad en la frontera del mar argentino», dónde cada noche cientos de pesqueros de distintas nacionalidades arrasan con el calamar.
Posan para las fotos con evidente vergüenza, intercambian algunos chistes que relajan la situación y llegan a reírse cuando uno de los civiles anticipa que aplaudirán al piloto cuando el avión llegue a tierra, tal como se acostumbra en los vuelos comerciales.
El P-3 que llevará a los tripulantes en un viaje de más de cuatro horas por el atlántico es un turbohélice plateado, para el ojo inexperto parecido a los bombarderos de la segunda guerra mundial; y algo de eso existe en el aparato diseñado para búsqueda y rescate, pero también para guerra antisubmarina.
Mientras los radaristas y especialistas en comunicaciones toman posición y encienden sus equipos, el P-3 levanta vuelo ruidosa y suavemente para internarse en el cielo oceánico.
El cielo crepuscular y el azul del mar estalla de repente por un centenar de luces blancas parpadeantes: allí abajo, los barcos «poteros» atraen a los camarones con focos y convierten al mar en una ciudad flotante. Esta vez, todos los buques están por fuera de “la frontera” de las 200 millas náuticas.
Según comenta un funcionario «todo cambió desde que Argentina comenzó a capturar barcos». Eso explicaría que sean unos cuantos menos que hace algún tiempo y que duden en ingresar a la zona económica exclusiva.
El aterrizaje en Trelew es levemente más brusco: «La pista está en reparaciones y le faltan 500 metros» aclara el comandante, pero los civiles cumplen con su palabra y le regalan un aplauso a los pilotos, algo tan inédito en la aviación militar como la experiencia que acaban de vivir.
Fuente: Télam
Fotos: Granovsky Luciana