El 14 de enero una luna dorada se reflejaba en la laguna de Ranchos y se posaba, como si fuera parte del escenario, sobre las dos mil personas que –mate en mano- esperaban el inicio de la primera noche del Festival de Fortines. A las 21:30, con el cielo cubierto de fuegos artificiales y con un público que llegó en su mayoría desde Buenos Aires, La Plata y Chascomús, comenzaba la 15° edición de el festival que celebraba el aniversario del pueblo.
Algunos llevaban reposeras, otros cargaban en la espalda un poncho para protegerse del frío que irrumpió después de una tarde con 30 grados de sensación térmica. «El predio está rodeado por la laguna, alrededor de las 23 se levanta un viento muy frío», nos explicaba uno de los 25 artesanos que tenían su puesto en el predio.
Día 1: homenaje a Horacio Guarany, danza, humor y chacareras.
El viento fresco diseminaba el perfume de una parrilla comandada por una mujer: había largas colas para comprar bondiola, choripán y hamburguesas.
El primero en subir al escenario fue Ariel Perningotte, conductor de una radio local, quien recordó a Horacio Guarany y se animó a hacer un recitado por primera vez . Luego fue el turno de los Hermanos Salerno, artistas rancheros que se pasearon por chacareras, zambas, y cerraron con una divertida seguidilla de cumbias.
Pasadas las 23 Lalo Podestá, el gran humorista de Luis Guillón, demostró que no hace falta decir groserías para divertir: con gracia inteligente y algunos recitados hizo reír y pensar a todos. Así llegó el turno del Ballet General Paz, un grupo de jóvenes que sorprendieron con un vestuario colorido y la representación de la película «Nazareno Cruz y el Lobo», dirigida por Leonardo Favio.
Pasada la medianoche, las dos pantallas que escoltaban el escenario comenzaron a pasear al público por la vida y obra de Horacio Guarany, un homenaje de la Comisión Interna del Festival al representante del folklore que en el 2009 formó parte de la programación. «Los cantores no mueren, cambian de escenario», lanza el animador Sergio Melgarejo, que junto al ranchero Marcelo Robertson hicieron una conducción con gracia, estilo y experiencia.
«La mejor edad de la mujer es siempre», afirman los integrantes de Destino San Javier desde el escenario. Franco, hijo de Pedro Favini, y Bruno y Paolo, hijos de José “Pepe” Ragone, hicieron lo que más le gusta al público -sobre todo femenino- canciones y algunas bromas con anécdotas. El trío cantó “Por qué será” y una chacarera para abrirle la puerta a los clásicos del Trío San Javier.
Mirá una parte del show de Destino San Javier
Cerca de las 2 fue el turno de Cuti y Roberto Carabajal, tío y sobrino de una familia que es la marca de Santiago del Estero. Empezaron con chacareras nuevas de su disco “Con la guitarra en la espalda”. Tocaron con la naturalidad del viento, como si sus manos sólo entendieran el lenguaje de las cuerdas. El público parecía estar bailando una coreografía ensayada: por lo menos 25 parejas danzaban como si fuera la última vez; sonreían y disfrutaban. Chicos, adultos y abuelos espantaban así al frío que -pasadas las 3 de la madrugada- rondaba los 16 grados.
Escuchá a Cuti y Roberto Carabajal
Día 2: Chamamé, artistas locales y danza.
El segundo día del Festival de Ranchos se vio amenazado por una lluvia diurna que, por suerte, no cayó durante la noche. La Comisión Interna evaluaba la posibilidad de adelantar los horarios, pero al fin no fue necesario y el clima de Ranchos estuvo del lado de la música y la danza. Casi dos mil personas disfrutaron de un festival que se lució con muy buena organización y sonido.
Bajo un cielo que parecía un telón negro, el artista de Ranchos Marcelo Lois y su grupo «Awen» daba comienzo a una noche que de las chacareras y zambas, pasaría luego al chamamé santiagueño de la mano de Pancho Escalada y sus músicos -todos con un vestuario impecable: Pancho vestido de blanco y sus músicos de borravino-. Muchas parejas no tardaron en bailar y disfrutar de esa danza que no sigue otra coreografía que el que dictan las ganas.
El Ballet nuevamente sorprendió con un cuadro que tuvo de todo: chamamé, zambas, malambo y tango, y el humorista Lalo volvió a hacer reír y -guitarra en mano- hizo un recitado sobre el honor del gaucho.
Finalmente, Guitarreros subió al escenario a pocos minutos de las 2 de la madrugada. Invitaron a siete parejas del público a bailar en el escenario mientras debajo, a pocos metros, veinte parejas hacían lo mismo sobre el césped húmedo.
Las luces violetas pintaban cada gota de una fina lluvia. El Festival de Ranchos llegaba a su fin y nadie estaba sentado: todos bailaron y acompañaron así la última canción, mientras pedían: «otra, otra», a Guitarreros.
La noche terminaba y una caravana de autos se alejaba cruzando la laguna de Ranchos. Otros, a pie cargando reposeras y equipos de mate, caminaban lento para llegar a sus casas. El festival fue una verdadera fiesta de identidad y emociones, acompañada por el homenaje que todos los músicos le regalaron a Horacio Guarany.
Fotos: Por el País