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El adiós a un grande del cine: Eliseo Subiela murió a los 71 años

Eliseo Subiela falleció en la madrugada de el domingo 25 de diciembre a los 71 años. Dos de sus películas más destacadas fueron «Hombre mirando al sudeste» y «El lado oscuro del corazón».

En vísperas de su cumpleaños que sería el 27 de diciembre, murió el director cinematográfico autor de obras emblemáticas como «No te mueras sin decirme adónde vas», entre muchas otras que supieron tener el aplauso tanto de la crítica como del público, incluso un par de plagios de la industria de Hollywood.

Eliseo supo aportar al cine algunos títulos que sorprendieron por su audacia y su forma de abrevar en la observación del amor y la pasión. En 1963, Subiela dirigió su primer cortometraje, «Un largo silencio», un documental acerca del Hospital Neuropsiquiátrico Borda, y dos años después «Sobre todas estas estrellas», protagonizado por la entonces juvenil Nené Morales, no obstante habría de pasar mucho tiempo para llegar a su primer largometraje.

A finales de la década del 60, fue parte del grupo de diez cineastas que dirigieron «Argentina Mayo de 1969: Los caminos de la liberación», entre ellos Solanas, Nemesio Juárez y los desparecidos Enrique Juárez y Jorge Cedrón.

Tras el cortometraje que solía proyectarse por separado antes de las funciones -clandestinas- de «La hora de los hornos», de Solanas y Octavio Getino, habría de pasar una década para su debut en el largometraje, que fue con la discreta, pero muy prolija, «La conquista del Paraiso», rodada en Misiones en la frontera con Brasil, con Arturo Puis y Kátia D’Angelo.

Tras ese propuesta que cosechó algunos elogios pero poco público, Eliseo se dedicó a preparar su su segunda gran apuesta fuera de los cánones habituales de producción, que resultó «Hombre mirando al Sudeste», en 1986, la historia de un misterioso interno que un día aparece en el Hospital Borda y asegura ser un extraterrestre con curiosos poderes.

El relato, que tuvo como figuras centrales al también artista plástico Hugo Soto y a Lorenzo Quinteros, como el psiquiatra al que le toca este paciente y termina revolucionado por él, sorprendió a todos por igual y dio a Eliseo la categoría de gran descubrimiento, autor de una ficción fantástica que no solo mereció el premio mayor en La Habana, sino la envidia de Hollywood.

 

Subiela abordó «Ultimas imágenes del naufragio» (1989), «El lado oscuro del corazón» (1992), «No te mueras sin decirme adónde vas» (1995), cuando ya enfrentó sus primeros síntomas de una afección cardíaca, que en varias ocasiones lo pusieron entre la espada y la pared, «Despabílate amor» (1996), que rozó lo retro y «Pequeños milagros» (1997).

La experimentación volvió con «Las aventuras de dios» (2000), y con un hombre y una mujer atrapados en un viejo hotel de la década del 30, y en plena crisis de 2001, que lo azotó personalmente con el «corralito», salió nuevamente a la carga con una fallida segunda entrega de «El lado oscuro del corazón», con casting argentino-español.

Su paso por la televisión incluyó la serie «Historias de no creer», cuatro episodios titulados «Angel», «Relaciones carnales», «El destino de Angélica» y «Qué risa la muerte», para volver al cine con «Lifting del corazón» (2005), y las muy valiosas «El resultado del amor», con Sofía Gala y Guillermo Pfening y «No mires para abajo», con Antonella Costa.

Al promediar la década del 90, el cineasta abrió un centro de enseñanza, la Escuela Profesional de Cine de Eliseo Subiela, en el barrio de Belgrano, con docentes como Miguel Angel Rocca, Dieguillo Fernández, Rodolfo Denevi, Daniel Pensa y Daniel Pires Mateus, entre muchos otros, y una productora de sus filmes y de otros colegas.

El ganador del Cóndor de Plata a mejor director en tres oportunidades, estaba preparando un nuevo largometraje, «Corte final», con Miguel Angel Solá y Selva Alemán, según había anticipado un homenaje al cine al que él mismo amó con pasión toda su vida.

Con la partida de Subiela queda el recuerdo de una obra importante para el momento en el que le tocó surgir, primero con absoluta rebeldía, pero en especial la madurez que permitió descubrir era posible romper esquemas y lo hizo en la vuelta a la democracia todavía fresca, con rigor, con su gran metáfora acerca de la locura y, como si fueses poco, con la poesía del alma.

 

Por: Claudio D. Minghetti – Télam