Si me querés, quereme transa es el título de una crónica de investigación peculiar de Cristián Alarcón. Una extensa investigación sobre el narcotráfico, cuyo epicentro es la villa de la capital: Villa del Señor.
De allí, desde ese lugar real, corroído por el nombre esquivo, surge una trama que va construyendo una genealogía de los clanes que se disputaron el negocio de la cocaína. Alarcón aclara que no pretende colaborar con el Poder Judicial ni la policía, por eso ha cambiado los nombres y las coordenadas de tiempo y espacio. Así, conocemos los clanes de Alcira, los Reyes, los Aranda, los Chaparro y los Valdivia, sin saber sus referentes precisos.
La crónica se construye sobre la base de la investigación que busca dar cuenta del funcionamiento del narcotráfico en una región importante de la Argentina y a partir del ocultamiento de identidades y coordenadas. Entonces, no podremos saber lo que oculta, pero sí preguntarnos por lo que se muestra.
Los primeros capítulos van construyendo una genealogía familiar de los personajes de cada clan. Se cuentan sus orígenes, sus tránsitos, el mundo íntimo y los conflictos públicos –el enfrentamiento entre el gobierno peruano y Sendero Luminoso, por ejemplo- que condicionaron el devenir de sus vidas.
Después se va centrando en la Villa del Señor, en el negocio del narcotráfico y en los enfrentamientos entre los clanes. Así, tanto las relaciones familiares como los lazos sociales se van quebrando a partir del cobro de cuentas, traiciones, venganzas y deshonores, atravesados por el negocio de la droga. La muerte merodea en cada esquina, en un paso descuidado; también la vida, a fuerza de enfrentar las miserias del mundo, casi como gesto de supervivencia, se hace presente.
Si bien no tiene un desarrollo amplio por el hecho de centrarse en la historia de los clanes, el libro no omite mencionar la complicidad política, judicial y policial que hay detrás del negocio. Tampoco pone el foco exclusivo en el consumo de los desheredados: los ricos –famosos del espectáculo, del rock, del deporte; desconocidos de Barrio Norte- también consumen.
El texto se estructura en varios capítulos dentro de los cuales distintos personajes ponen la voz para contar las historias. Ponen la voz a medias, porque si bien estos microrrelatos que se plasman son fruto de las entrevistas de investigación, el narrador-cronista va limando sus inflexiones de voz –aunque no todas- y así va construyendo un relato estilísticamente casi homogéneo.
María Moreno destacó que en la transformación que hace el periodista, al pasar de la voz del grabador a la escritura de la obra, radica el mérito y la ficcionalización del trabajo de Rodolfo Walsh. En Alarcón, se observa ese trabajo en todo el relato; este último se vuelve un híbrido, hecho entre la voz del cronista, que le da un hilo conductor, y pequeñas inflexiones de voz de los protagonistas.
También el cronista aparece visitando personajes, viajando, contando sus miedos y, en pocas ocasiones, juzgando; en otras, dudando de los relatos de los protagonistas. Así, se construye una trama sutil, hilada por la voz del cronista que respalda con investigación, lecturas y entrevistas lo narrado, pero que se permite también dejar cabos sueltos, sospechar de relatos y mostrar inquietudes.
Pocas vicisitudes se ven en los protagonistas. El negocio no es para quien se permite dudar. Dudar y andar sin cuidado son conductos directos a la muerte. Como mencionamos antes, ella deambula por las páginas y las vidas de los personajes. Ella es aquello que desde la historia misma de la conciencia humana sabemos que no se puede comprender, pero insistimos en querer hacerlo hablando de ella.
En esta persistencia de querer saber lo que se sabe incognoscible aparece la creencia. Creer en algo, aunque sea en el sin sentido o la nada, es una de las formas que tenemos para explicarnos. La superstición y/o la religión juegan aquí su carta, más aún en el oscuro mundo del paco y el narcotráfico. Y el libro se abre y cierra con escenas de fe, con ofrecimientos y deseos de prosperidad salpicados por la muerte.
Si me querés, quereme transa es, entonces, una crónica atractiva, de lectura ágil, que nos revela el entramado del narcotráfico desde la mirada de sus protagonistas, mediada por el cronista. Las referencias imprecisas –de personas, de lugares y de momentos- son un valor, porque ponen en primer plano los vínculos, de poder y afectivos, los sentimientos y las acciones de las vidas narradas. Así, uno no termina preguntando quién sería tal o cual, porque el libro más que denunciar, invita a pensar el narcotráfico desde el ámbito íntimo, a vivir esas vidas atravesadas por los procesos históricos, las miserias políticas y las problemáticas sociales. Por Andrés Buisán.
Si me querés, quereme transa. Cristián Alarcón (Norma, 2010). 298 páginas.