Negro Aguirre piano entre rios orillania folklore

Negro Aguirre, el músico que tiene el paisaje adentro del piano

Va hasta el muelle como cada vez que lo llaman. El muelle hunde sus brazos en el Paraná, en la ciudad homónima. Pero no hay señal. Entonces vuelve a su casa, en el barrio Bajada Grande de la capital entrerriana, un sitio de pescadores artesanales donde vivió Linares Cardozo y al que Jorge Méndez le dedicó una canción. Carlos “Negro” Aguirre se va al parque, desde donde atiende el teléfono.

-¿El paisaje se mete en la música, no?
-Sí, no se cómo, el momento en que sucede, pero mucha gente me dice que escucha el paisaje cuando hacemos tal o cual canción. Es una forma de sentirse dentro del medio ambiente.
Eso busca Aguirre, fundirse para ser una hoja, un terrón de tierra, una gota del río, la astilla de un remo, acaso una brisa. “Juanele (Juan L. Ortíz, poeta entrerriano de Puerto Ruiz) decía eso de disolverse en el paisaje y no necesitar siquiera de la palabra sino ser simplemente; estar dentro. Uno tiene el deseo de componer canciones, pero es un momento posterior el de la composición. En mí ese proceso es cada vez más lento: no me sale hacer una canción en un día y disfruto mucho el quedarme en ese proceso”.
Sabe Carlos que eso presupone un tiempo; entonces aparece un problema. “Es compleja la convivencia con el tiempo externo, porque uno debería sentirse atado a una dinámica más regular de la que siente. Pero los tiempos son los que uno puede. No hay que violentar los tiempos internos”  Ese concepto lo lleva en su vida artística: el hombre no apura el paso de sus discos, los deja madurar como madura la naranja hasta que cae; entonces Carlos la levanta del piso y la graba. “Hay un grupo de canciones que pueden funcionar en un concepto, no las pienso como canciones sueltas”, avisa.
Dice que cada tanto vuelve a poner en crisis su sistema de composición y también su modo de vivir. Si no lo cambia, al menos lo somete al análisis. Eso le ocurre cuando lee un libro. Y, rareza en un artista, no pretende que eso ocurra con sus canciones porque “ahí empezaría a tallar una cuestión egocéntrica”. Lo que sí sabe es que uno nunca sale de la misma forma cuando entra en las letras de un libro o en los intersticios de una canción. “Uno no puede salir ileso del proceso de una canción, como no lo hace después de leer un libro”, dice Aguirre. 
El río y sus corrientes intestinas, algunos atardeceres que se desploman ante el horizonte de sus ojos, un cielo largo que no termina. “Eso hago para mí, me tomo ese tiempo”.
Aguirre nació hace 50 años en esa provincia cruzada de ríos. Los afluentes de su pasión le vienen por el hermano mayor, músico, y por su tío, guitarrero. Su ecosistema musical se compone de varios pulsos. Aunque está anclado en su tierra, esa raíz no lo ata. Por eso se ha cruzado en dúos con Jorge Fandermole, Juan Quintero y Hugo Fattoruso, entre otros. Y presentaciones junto a referentes de la múica mundial como Egberto Gismonti, Hermeto Pascoal y Mario Laginha, entre otros.
“Para mí la música es resultado de un pensamiento. Y el pensamiento se construye con un montón de patas que arman los conceptos que uno sintetiza en lo que hace -expresa Aguirre-. Mi música es la lectura de un lugar, pero es la traducción de un mundo interior que está atravesado por un montón de cosas”.
SAPO CANCIONERO
Carlos habla lento como a veces habla el río, como si dejase, a las palabras como a las canciones, dejarlas madurar para entregarlas listas.
-¿En qué espejos te mirás? 
-Nuestro cancionero argentino es vasto y muy rico. Puedo nombrar a Chacho Müller (con quien grabó el disco “Monedas de sol” en 1998), Ramón Ayala, Aníbal Sampayo. Y dúos como Eduardo Falú y Jaime Dávalos, El Cuchi Leguizamón con Manuel Castilla. Remo Pignoni, un pianista de Rafaela, que tiene unas obras bellísimas que suelo tocar en vivo.
-Nombraste poetas que han dado cuenta de la belleza pero también de las penas del pueblo, como Aníbal Zampayo.
-La conjunción de la canción me atrapa y me dan ganas de versionar varios autores.
-Los que nombraste dicen sus decires con total identidad sobre su pueblo, sobre su gente, sobre los dolores y las alegrías, con las palabras de la gente incluso, como camuflándose, al estilo de un sapo que debe ser verde como el lugar en el cual está.
-Totalmente. Además, el sapo no se plantea que es un sapo, simplemente está ahí, siendo un sapo.