Cristian Delaporte y Mirta Sanna se subieron a un Ford A, modelo 1929, para recorrer 12.700 kilómetros que separan a Tucumán de La Quiaca y de Ushuaia. Lejos de acobardarse con semejante travesía, ahora sueñan con ir a Estados Unidos.
Ni Indiana Jones en su aventura más descabellada se animó a tanto. Desafiando las altas temperaturas del norte, el crudo viento del sur y las inclemencias climáticas más extremas, Cristian Delaporte y su esposa, Mirta Sanna decidieron este año recorrer la Argentina de punta a punta, a través de la mítica ruta 40, pero en lugar de hacerlo en una camioneta cuatro por cuatro emprendieron el viaje en un Ford A, modelo 1929, de techo de lona, al que su hija Julieta bautizó despectivamente como el carcacho.
Para comprender este viaje de locos se hace imprescindible escuchar al piloto, que se confiesa un enamorado de los coches antiguos: “Todo comenzó en 1985 cuando mi padre decidió comprar este Ford A, para llevar a mi hermana a la iglesia el día que se casaba. Luego de cumplido el objetivo, el auto permaneció guardado, hasta que yo me empecé a encariñar con él y hoy a 87 años de su fabricación me demostró su fidelidad, ya que entre Tucumán- la Quiaca- Ushuaia- Tucumán , transitamos 12.700 kilómetros y no me falló”.
-¿Cuándo surge la idea de hacer semejante travesía?
-Mirta: Surgió después de que Cristian viajara en este mismo auto a Bariloche y a Mar del Plata. Pero nunca me imaginé que me eligiera a mí de copiloto, porque yo no entiendo nada de mecánica. Apenas me lo propuso no dudé en aceptar, porque soy licenciada en Turismo y qué mejor manera de conocer el país que ésta.
-¿Hay mucha diferencia en manejar un auto actual y uno de 1929?
-Cristian: Sí, el Ford A con el que realizamos la travesía tiene características técnicas que lo hacen diferente a los autos actuales. El volante y el conductor van hacia la derecha y no a la izquierda, el acelerador va en el medio y el freno a la derecha. Además hay que ir regulando la carburación con dos palancas y dosificando la entrada de combustible.
-¿Cómo fue la tarea de planificar el viaje?
-Mirta: Tuvimos que realizar un trabajo arduo de planificación, porque a lo largo de los años el trazado de la ruta 40 fue cambiando. En los años 80 los libros decían que tenía 4.800 kilómetros y hoy tiene 5.200, porque se han incorporado nuevos tramos, como la ruta de los Siete Lagos en el sur y Susques en el norte.
-¿Cuántas horas estaban arriba del auto y qué cantidad de kilómetros recorrían?
-Todos los días el despertador sonaba a las 7 de la mañana. La idea era estar siempre a las 8 en la ruta y andar hasta que se ponga el sol. En promedio estábamos 12 horas arriba del auto y recorríamos alrededor de 350 kilómetros diarios, a una velocidad promedio de 30 kilómetros por hora.
El desafío de Cristian y Mirta tenía un condimento especial: hacerlo en un Ford A completamente original. «Unos días antes de la salida, lo desarmamos integro para asegurarnos de no tener ningún tipo de inconvenientes en el viaje. Y la verdad que respondió muy bien, demostrado lo fiel y confiable que es», se enorgullece el piloto.
-¿Qué deficiencias mecánicas se presentaron a lo largo del viaje?
-Una falla recurrente eran las pinchaduras de neumático: tuvimos siete a lo largo de la travesía. Las cámaras que había conseguido en Buenos Aires eran demasiadas porosas y se desinflaban constantemente. También tuve que cambiar la bomba de agua y usé de repuesto una que había comprado hace 30 años. Yo entiendo de mecánica, así que nos fuimos dando maña.
-En los 35 días que duró la travesía, ¿cuál fue la mayor satisfacción que les tocó vivir?
-El cariño de la gente, porque desde el pueblito más chiquito al más grande se ponían a disposición para ayudarnos a que concretemos nuestra travesía. Donde íbamos nos querían agasajar con lo que tenían, desde vinos mendocinos hasta frutas del lugar. Algunos sin conocernos nos ofrecían sus casas para que pudiéramos descansar.
-¿ Y la etapa más dura?
-Mirta: El tramo que une Río Turbio con Río Gallegos, porque el camino estaba completamente abandonado y el tiempo no pasaba nunca. A eso se sumaba lo inhóspito del lugar, donde el viento castiga sin piedad y la fauna brilla por su ausencia.
-Cristian: El primer día de viaje tuvimos que soportar una intensa llovizna, que nos obligó a retrasarnos, ya que los ríos embravecidos cortaron el camino en tres tramos y en un momento cuando atravesamos el barranco que conduce a Susques temí que una piedra cayera sobre el techo de lona nuestro auto y nos terminará lastimando.
-¿Alcanzaba con el tanque lleno para llegar a la próxima estación de servicio?
– No. Para evitar quedarnos sin nafta en lugares inhóspitos, nos aprovisionamos de dos bidones de combustible que en total sumaban 40 litros. Y más allá de nuestros respectivos celulares, también llevamos un equipo de radio aficionado para no quedar librados a la buena de Dios si nos pasaba algo.
-Y después de semejante viaje, ¿quedaron con ganas de hacer otra travesía?
-Sí, nos gustaría ir en el Ford A de Tucumán a Estados Unidos, pero no sabemos cuándo se dará. Por ahora solo es un proyecto, que no es imposible de concretar, ya que con los 12.700 kilómetros que recorrimos, hicimos el equivalente a la tercera parte de la vuelta al mundo.
Por Carlos Quiroga (especial para Por el País) Fotos: Gentileza CD y MS