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Libros: Degenerado, de Ariana Harwicz

El nuevo trabajo de la autora radicada en Francia es el soliloquio de un hombre acusado de haber violado y asesinado a una niña de seis años. Por Andrés Buisán.

La primera novela de Ariana Harwicz, Mátate, amor (2012), ganó varios premios internacionales que consagraron a la escritora argentina radicada en Francia. Las novelas que siguieron, La débil mental (2014) y Precoz (2015), cerraron un ciclo que fundamentó el reconocimiento inicial y marcó una línea temática y un estilo verbal singulares. La publicada recientemente, Degenerado (2019), tiene rasgos que la diferencian de aquellas, pero también otros que la integran con las demás. Si hacemos el ejercicio de sintetizar en una palabra esa particularidad que define las cuatro obras publicadas por Ariana Harwicz, podemos decir que ella es “perturbadora”. Pero claro, decir una palabra es decir poco.

La novela es el soliloquio de un degenerado, un hombre mayor al momento de ser acusado de haber violado y luego asesinado a una niña de seis años en Nochebuena. El relato comienza cuando vecinos se acercan a su casa para denunciarlo porque encontraron a la niña próxima al lugar donde él vive. También se acercan otros que lo creen inocente y buen vecino. Luego, la policía va al lugar, lo arresta y lo lleva unos días a la cárcel. Lo que sigue ocupa la mayor parte de la trama y consiste en la autodefensa del acusado durante el juicio, ya que se niega a tener abogado.

El protagonista es irritante, perturbador, por el simple hecho de no callar. El lector se va a encontrar queriendo llegar al final de la novela, no por ansiedad de terminarla, sino para que por fin ese tipo no hable más. Se lo pide la jueza, lo desea el lector, pero a él no le interesa, no tiene empatía, no registra al otro, incluso no le interesa que el otro escuche. Es una comunicación fática, un hablar por hablar, que necesita de una escucha, pero no importa mucho quién o no queda muy claro a quién dice lo que dice.

La perspectiva elegida es el punto de vista del protagonista, aunque en su discurso se cuelan voces ajenas. Estas voces sin embargo están filtradas por la verborragia y la megalomanía de quien las repite, son apenas salpicaduras ajenas en el discurso delirante del narrador. Apenas oímos algo que dice la jueza, los familiares y supuestos defensores de él.

Por otro lado, la trama del caso judicial se mezcla con recuerdos de la infancia y adolescencia del protagonista centrados en su relación con los padres polacos, lo que evoca a su vez las novelas pasadas de la autora. Los vínculos con la madre y el padre están atados por el trauma del maltrato, la vergüenza, el abandono y la frustración. Parecería que la “educación” de un hijo o hija está condenada al fracaso. Nunca él o ella será lo que sus padres quieren, mucho menos cuando de lo que se trata es que él o ella sean lo que no pudieron ser sus progenitores. Las frustraciones proyectadas no hacen más que perpetuar aquel deseo no realizado.

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Harwicz tiene un estilo, como todo lo que venimos enumerando, perturbador, porque si parece que el protagonista va a narrar un hecho, ese comienzo se corta con una enumeración de frases nominales que truncan la acción. El rasgo estilístico más sobresaliente es el corte, la ruptura de la sintaxis. No es la hipálage, tampoco el hipérbaton, sino el quiebre. Este gesto es una marca estilística que se pliega a la temática: cuando creemos que el protagonista va a narrar lo que sucedió en un momento, se interrumpe ese microrrelato y se dobla en la esquina. Harwicz es una bailarina de tango que indica a su compañero un paso de baile pero ejecuta otro. Y el bailarín no tiene más remedio que seguirla en el desconcierto.

La mención que hacen del protagonista como buen vecino, la negación del hecho, la simulación de locura y su conversión de victimario en víctima suman evidencias que prueban el delito. Pero el protagonista asume la sentencia antes de que se la dicten, no muestra la menor preocupación porque se compruebe la acusación. La novela perturba porque esquiva el facilismo del discurso políticamente correcto. Porque cuando hace creer al lector que una atrocidad como la violación y homicidio de una niña menor será condenada con la mayor pena, se muestra que aun la pena máxima que uno puede esperar le es indiferente al asesino.

El lector espera que la jueza dictamine la sentencia máxima sabiendo que le van a quedar resonando ecos de las palabras entre cínicas y morbosas del degenerado. La perturbación de la obra se produce entonces durante la lectura y luego de ella. El efecto es letal, por el punto de vista elegido, el estilo del quiebre y la amalgama del discurso. Si durante la novela pediremos como la jueza que se calle, después querremos quitarnos esas palabras degeneradas que nos van a resonar por la crudeza de su enunciación.

Degenerado, de Ariana Harwicz (Anagrama, 2019).