Análisis del ADN a semillas arqueológicas de quinoa del siglo II halladas en Catamarca y Tucumán muestran que las actuales son genéticamente menos diversas, hecho que los responsables del estudio vincularon «con el clima y los cambios sociales».
Investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA (Fauba), el INTA, la Universidad de Tucumán y Francia estudiaron el ADN de semillas de quinoa de hasta 1800 años de edad halladas en la región de Antofagasta de la Sierra, Catamarca, y cerca de Tafí del Valle, en Tucumán.
La diversidad genética es el número total de características genéticas dentro de cada especie. Esta diversidad se reduce cuando una población disminuye y quedan pocos individuos. La diversidad dentro de cada especie es necesaria para mantener diversidad entre las especies y viceversa.
La comparación con semillas más modernas mostró pérdidas de variabilidad genética, según estiman por cambios políticos, tecnológicos y climáticos que habrían motivado sucesivos reemplazos por otras menos diversas, indica el reporte de Sobre la Tierra (SLA).
Así se reconstruyó «la historia genética del cultivo de quinoa durante los últimos 18 siglos en la región de los Andes áridos de la Argentina. Disponíamos de 76 semillas desde el siglo II al XIII, excepcionalmente bien conservadas», explicó Daniel Bertero, docente de Producción Vegetal de la Fauba.
Bertero, investigador del instituto IFEVA (UBA-Conicet), precisó que la mayoría de esas semillas «fueron halladas en refugios rocosos, o aleros, en Antofagasta de la Sierra» y que luego las compararon con otras «colectadas recientemente en parcelas de productores de Jujuy, Salta, Catamarca y Tucumán».
«Con técnicas estadísticas bastante complejas -de cluster y de coalescencia- pudimos establecer dos cosas. Por un lado, las quinoas más antiguas se diferencian claramente de las más recientes: la variabilidad genética hace 1800 años era mayor que la actual», indicó.
También determinaron que esa pérdida «no ocurrió por un proceso evolutivo natural dentro de una población. Lo más probable es que los agricultores hayan ido reemplazando sucesivamente las variedades antiguas de quinoa por otras nuevas menos diversas, provenientes de otras regiones», dijo.
El estudio -financiado por ECOS, cooperación franco-argentina- reseña que entre los años 796 y 690 se intensificó la agricultura en los Andes áridos, mucho antes de la conquista incaica y de la española, con terrazas y sistemas de riego a fin de asegurar la producción de alimentos para una población en crecimiento, en un período caracterizado por guerras y por una gran aridez.
Bertero señaló que la variabilidad genética hace referencia a cuántas posibilidades tiene un organismo para adaptarse a los cambios del ambiente. «Contar con una variabilidad amplia en quinoa -afirmó- sería ventajoso para los mejoradores, ya que podrían ‘sacarle más jugo’ a los materiales a la hora de generar nuevas variedades».