En pleno auge de la Feria, Mario Castells produjo su propia revolución presentando su novela Apparatchikis en un clásico bar de Palermo. La crónica del encuentro que tuvo varios invitados. Por Andrés Buisán.
Desde el 26 de abril se desarrolla la Feria del Libro, un clásico de la Ciudad de Buenos Aires. Todos lo saben: en ella, una gran cantidad de empresas y escritores se reúnen para hablar de una diversidad enorme de temas. Por supuesto, están también los diferentes puntos de ventas de las editoriales, así como los gastronómicos. El libro, en esta época, es muchas cosas, pero una sin lugar a dudas: un objeto cultural y comercial.
No es que antes no lo fuera, ni que esté muy mal o muy bien. La profesionalización del escritor ya tiene más de un siglo y es lícito que al menos una muy pequeña parte de quienes se dedican a escribir puedan obtener ganancias de sus productos. Sería bueno incluso que las puedan obtener otros más. De hecho, el arte por el arte termina siendo en varios casos más que una elección una determinación del mercado editorial.
Pero mientras el sábado 28 de abril, a horas de la inauguración oficial de la Feria, realizada en el marco del legítimo reclamo por el proyecto de cierre de profesorados en CABA y el desconocimiento oficial de los bachilleratos populares, se presentó el libro Apparatchikis de Mario Castells, editado por Caballo Negro, en el bar “Varela Varelita”. Llovía desde hacía rato. Los que salen los días de lluvia son los que están convencidos de lo que hacen.
Y fuimos varios los convencidos que llegamos de a poco al bar. No sabíamos muy bien cómo iba a hacer la presentación. Ni siquiera los propios organizadores. Solo había una consigna: ir ocupando las mesas del bar, como quien arrebata espacios en un territorio ajeno. El bar estaba lleno, por lo que al comienzo nos atrincheramos en una esquina y desde allí fuimos tomando las mesas que los lugareños iban dejando. Mientras, llegaban más comensales y los protagonistas, además del escritor: los presentadores, Kike Ferrari y Alfredo Grieco y Bavio; e Isadora y Pako Rizzo, cantora y músico.
Justo las mesas que se encuentran casi en la esquina del bar se desocuparon y ahí, de espaldas a Scalabrini Ortiz, se armó el panel de presentación con dos mesas, sobre ella los libros y un equipo de sonido. Mientras los mozos iban y venían con cervezas, algunas gaseosas y pocas aguas y platos de comida, se fue armando el escenario y la sala de los espectadores. Y seguía cayendo agua y seguían llegando convencidos.
Ya pasadas las ocho, entre una red de conocidos, amigos y desconocidos, aparte de los lugareños perseverantes en saber qué iba a pasar, qué nueva sorpresa les deparaba el bar, irrumpió la voz de Belén Messina, representante de la editorial, para dar la bienvenida y dar comienzo a la presentación. Sentados en las mesas estaban de Paraguay a Scalabrini Ortiz Alfredo, Mario y Kike. Los espectadores mirando hacia la ochava, algunos convencidos, otros asistentes fortuitos.
El primero en hablar fue Alfredo Grieco y Bavio. Luego de mentar la buena calidad del libro, se dedicó a justificar su juicio. En su parlamento de varios minutos deslizó algunas categorías desde las cuales se puede pensar la nouvelle, entre ellas, la de novela de tesis. No dejó tampoco de establecer comparaciones, por ejemplo respecto de la película “El estudiante”, ya que ambas abordan un universo similar, a saber, el de la política universitaria. Pero presentan una clave distinta: mientras en el film el protagonista es un joven ingenuo llegado a la capital, donde aprende cómo es el asunto; el narrador de la nouvelle es un experto de la política universitaria y utiliza su saber para discutir con sus pares.
Luego de la presentación de Grieco y Bavio, habló Kike Ferrari. Abordó la nouvelle desde sus relecturas y en clave política. Pero aclaró, no es menor, que lo político no se presenta solo en la evidente superficie del contenido, sino en las formas. La irrupción del guaraní, dijo, es una forma de ruptura política de la nouvelle.
A continuación, Castells leyó un fragmento de su nouvelle. Elección de un fragmento metonímico, en el sentido en que en esa parte leída se pudo ver todo aquello de lo que se habló antes. Allí apareció lo político, las tesis sobre la sociedad, el guaraní y hasta el canto, que anunciaba lo que vendría. Luego de la lectura y los correspondientes agradecimientos, se mencionó el espectáculo de cierre: unos tangos con guitarra y voz.
El guitarrista, Pako Rizzo, nos mantuvo en suspenso hasta último momento. Un problema en su traslado demoró su llegada e hizo que se pensara en un plan B: que sea a capela si no llega. Pero finalmente llegó. Una vez más, vemos la convicción de los asistentes, incluso de los fortuitos, que no dejaron de parar las orejas mientras hablaban los presentadores. Sonó un tango y luego a pedido del protagonista Mario Castells, otro. Finalizado el segundo, desenchufada la guitarra, no tardamos todos los presentes en pedir uno más. Así que sonó el último, de Enrique Santos Discépolo, acorde con la época, anunció Isadora, y también con la lluvia, el bar y el libro.
Finalizada la presentación y la música, comenzó el repliegue. Movimientos, mesas libres, reuniones de grupos de dos o tres parados, comentando lo dicho, el libro, felicitando. El escritor firmó ejemplares y la editorial pudo vender algunos.
Así se cumplió el ritual de presentación: llegada de los invitados, bienvenida, palabras sobre el libro, agradecimientos y, eventualmente, cierre musical, condimentado con alguna comida y bastante bebida. ¿Ritual que emula algún que otro de la Feria? ¿Que pudo haberse realizado en la Feria? A ambas respondemos que sí. Pero había cosas envidiables que no se consiguen necesariamente o con facilidad por los rincones de la Feria: un grupo de convencidos que en un espacio resignificado habla sobre cómo cambiar las cosas. Desde la forma, la configuración del lugar y el modo de organización, hasta el contenido. Y lo hace con las convicciones de siempre, a pesar de la lluvia y la oscuridad del presente.