Extraños llamando a la puerta

Clásicos de culto: Extraños llamando a la puerta

Apenas comenzado el 2017, murió el sociólogo polaco Zygmunt Bauman a los 91 años. Autor a veces cuestionado simplemente por su incansable producción y difusión en el mercado, a la vez que citado reiteradamente por su noción de liquidez o modernidad líquida. Por Andrés Buisán.

En noviembre del año pasado se publicó en español Extraños llamando a la puerta, un ensayo breve en el que aborda nada menos que el problema migratorio en la actualidad. Recuerdo que hace varios años leí su libro La globalización. Consecuencias humanas. De esa lectura me quedó marcado siempre una crítica a un concepto muy de moda por entonces, el de “nómade”. Y podríamos agregar también el de “desterritorialización” y “reterritorialización”, entre otros. El autor que los llevó a la fama fue Gilles Deleuze, a quien tenía que leer en la facultad. Estos conceptos y otros se me presentaban difíciles de comprender –como su misma lectura en voz alta-, pero como esas cosas ideales, inasibles, gozaban, para mí, de mucho prestigio.

La crítica de Bauman –seguramente no tanto dirigida al autor francés, como a sus lectores y aplicadores mecánicos de conceptos- se puede sintetizar de forma sencilla: no todo el que se mueve por el mundo lo hace de la misma manera. En la era de la globalización, una de las nuevas formas de estratificación social está dada por el nivel, grado o forma de movilidad. Algunos lo hacen por gusto en vuelos privados; otros, como apenas pueden –o se quedan quietos, aun a pesar de que quieran desplazarse-.

En Extraños llamando a la puerta, Bauman analiza el fenómeno migratorio en la actualidad profundizando aquella afirmación. Lo hace desde su mirada sociológica, desnaturalizando el fenómeno. Habla sobre sus causas, sus efectos políticos y, sobre todo, lo hace sin perder de vista la responsabilidad humana que debemos asumir –pero asumimos poco- frente al problema de ese extraño que golpea nuestra puerta.

El lugar del inmigrante es definido a partir de la fábula de Esopo de las liebres y las ranas. Las liebres se sentían todo el tiempo perseguidas por otros animales. Un día, presas del pánico frente a la corrida estrepitosa de caballos salvajes, se dirigieron a un lago para terminar con sus vidas. Cuando llegaron a la orilla de este, las ranas que estaban allí, asustadas, se lanzaron al agua. Así, la moraleja es que uno -las liebres- siente satisfacción al ver que alguien está peor que él. Las liebres, que ya padecían las consecuencias del sistema económico, último estrato social, ven que hay otros que están peor.

Pero la cuestión no es tan sencilla. De aquí se deriva también un temor. Que la clase media, media baja o baja rechace al inmigrante se explica por el miedo a perder lo poco que ha conseguido, a perder su vulnerable bienestar –quien lo tenga-. Por otro lado, los empresarios ven con buenos esos la inmigración –controlada-, ya que para ellos es mano de obra barata. Así, el político, que aprovecha de todo, oscilará entre dos objetivos: satisfacer a los empresarios permitiendo la entrada de inmigrantes para que se enriquezcan; y, a la vez, aplacar los temores del electorado.

Este último objetivo es encausado hacia una política de seguridad, cuyo rasgo central es desviar el problema de la seguridad hacia un blanco palpable, próximo, identificable -el inmigrante-, aprovechando los grandes frutos de la cultura del Estado Nación, desde la cual se define al extranjero. Bauman afirma que los políticos sacan rédito de esta situación y cuanto mayor es el miedo que sienten los ciudadanos, más singular y concreto debe ser el enemigo, ya que esta visibilización permite desplegar mayor fuerza y medidas más duras.

 

Extraños llamando a la puerta

Todo esto tiene una consecuencia: provoca la adiaforización. Esto supone que los inmigrantes y los actos que se comenten contra ellos están exentos de cualquier evaluación moral. O sea que se suspende la responsabilidad moral frente al otro, por ejemplo, al ser denominado “terrorista”. Por otro lado, Bauman también desmenuza cómo la política “islamofóbica” europea colabora con el reclutamiento de jóvenes por parte de los grupos más radicalizados. Y afirma que los refugiados más que ser parte de grupos terroristas –como se los quiere hacer ver- huyen de ellos.

El miedo a perder lo poco que se tiene colabora con la construcción del “hombre fuerte”. Bauman analiza especialmente esta figura a partir de la emergencia de Donald Trump. Pero no se queda en la interpretación más sencilla de que él canaliza esos temores, sino que agrega un condimento interesante. Afirma que no hay políticas globales acorde con los tiempos, sino políticas fragmentarias, centradas en el territorio de lo nacional. Estas políticas prometidas por los presidentes de los Estados Nación, obviamente, tienen un alcance mínimo, ya que el movimiento político económico global no puede ser manejado ni siquiera por el más fuerte de esos hombres. Así, las promesas de los hombres fuertes son quiméricas, pero, advierte Bauman, seductoras y vistas como alternativas.

Por último, podemos mencionar otra reflexión –y dejar de lado otras tantas, para no ser extensos- vinculada con la vida de hoy. Según el sociólogo, habitamos dos mundos: el offline y el online. En el primero, no tenemos un control sobre lo que nos rodea, por lo que vivimos allí con miedo, más en estos tiempos líquidos e inestables. En el segundo, nos sentimos más seguros. Lo que no nos gusta, si aparece, lo cerramos –ocultamos-. Así, sentimos un control sobre lo que pasa online, aumentamos nuestra comodidad y nos liberamos de las molestias. De esta manera, el mundo online contribuye a volvernos moralmente ciegos y sordos.

En el final del libro, Bauman retoma de Hans-Geor Gadamer el concepto del entendimiento, definido como un proceso siempre incompleto de búsqueda del establecimiento de un horizonte común. Ese proceso puede ser llevado a cabo por medio de la conversación, es decir, el diálogo entre personas que tienen diferentes modos de vida. El ensayo se cierra así con un llamado a la intercompresión que permita la cohabitación, para lo cual es necesario no olvidarnos de todas nuestras responsabilidades humanas.

Extraños llamando a la puerta, Zygmunt Bauman. 2016. Editorial Paidós. 111 páginas.