Héctor Cruz mete la llave en la puerta de madera de su museo de la Pachamama, en Amaicha del Valle, Tucumán. Lo hace con esas manos grandes, ajadas por el trabajo y el sol y mira con ojos negros como una noche sin luna. Prende las luces y comenta: “A los cinco años vivía solo, en la montaña. Vengo de una familia muy pobre. Éramos muchos hermanos y mi madre estaba soltera, no pude estudiar, soy un artesano autodidacta”.
El museo descansa en el silencio de un pueblo rústico, donde la siesta es sagrada y la mayoría de sus dos mil habitantes son indígenas. Es un paisaje rodeado de montañas, que cambian sus colores según la estación: en verano se cubren de verde, con matices violetas y rojos. En invierno de amarillo y marrón.
“Este museo tiene un significado muy especial porque para nosotros, los nativos, la Pachamama es una deidad que representa el concepto de totalidad. Es la madre de la tierra y le asociamos la vida, la siembra, la cacería, la lluvia, todo”, cuenta este artesano, nacido en Jasimaná, Salta, creador de un museo, en cuyo patio está la cara de la Pachamama: es una máscara de piedra, de unos tres metros de alto y dos de ancho, que representa a la Madre Tierra: tiene dos caras, de un lado mira la salida del sol, y del otro, la luna.
Héctor es descendiente de los nativos de los Valles Calchaquíes, una zona de la precordillera donde habitaron los diaguitas, los calchaquíes, los Tolombones, los Colalao, los Quilmes, los Cóndor Huasi, y otras étnias que integraban la nación nativa. Su amigo Ico Yaco era ceramista, y le enseñó a trabajar el barro. Comenzó haciendo vasijas, en 1970 dictó talleres en Cafayate, Salta. Mas tarde diseñó tapices, pinturas, esculturas y arquitectura.
El museo está a dos mil metros de altura, sobre la ruta provincial 307. Esta obra de diez mil metros cuadrados de piedra, abrió sus puertas en 1996, luego de siete años de trabajo, y cuarenta de esperar la posibilidad de hacerlo.
Según Héctor su obra es un altar a la Madre Tierra, y asume el compromiso de mantener viva la cultura ancestral y continuar el mensaje de los pueblos originarios. “Siempre quise que se revaloricen los espacios que tuvimos los indígenas, y que hemos perdido después de la conquista: el nativo perdió todo, no solo sus tierras, sino su religión y dignidad como individuo. Pasó a cuidar lo que era de él, pero a nombre de otro”.
El museo por dentro
La estructura es tipo ciudadela y muestra como eran las ciudades antiguas y sagradas. Hay una sala de geología con una maqueta de diez metros que representa al Valle Calchaquí, con sus montañas y ríos. Otra de antropología, con réplicas de utensilios que usaban los habitantes del valle, desde antes de la era cristiana. También hay una sala de exposición de pinturas y esculturas. En otra, se exponen tapices de hilo de lana de oveja, teñidos con elementos naturales como la jarilla, cáscara de nuez y hollín.
En el patio hay esculturas de dos y tres metros de alto: serpientes bicéfalas, jamanes, danzas de suris (pequeña avestruz sudamericana), maternidades, soles, sapos, todo aquello en lo que los nativos creen. Cuenta Héctor que todos estos elementos tenían y tienen un significado para mucha gente. La danza del suri, por ejemplo, anuncia la llegada de la época de lluvia.
El artesano cierra la puerta del museo tucumano, gira la llave y admite: «Si no estuviera luchando, creando, haciendo la obra, no se si querría seguir viviendo».
Para más información
Museo de la Pachamama
Km 118, Amaicha del Valle, Tucumán. RP 307.
Teléfono 03892-42-1004