Es 21 de septiembre en Los Reartes y el pueblo se reúne en la plaza para celebrar el día de la primavera, una de las tres fiestas que los moviliza cada año. El calor intenso parece multiplicarse cuando los vehículos levantan la polvareda de las calles sin asfaltar. Nadie imagina hoy que dos días después será necesario usar bufanda y que ese sol -que ahora es una bola gigante- quedará tapado por nubes gruesas.
Una profesora salta enérgicamente en el escenario y enseña su coreografía de zumba a treinta jóvenes que bailan al ritmo del regaetón, curiosa música elegida para el festejo de los habitantes del declarado “Pueblo patrio”, en 2006.
Susana es maestra y reparte flores que hizo con alambre y papel crepé de colores. Un grupo de nenas demuestra sus habilidades en patines -con música en inglés- y hay un concurso de disfraces donde los perros -que por esta zona parecen una plaga de ladridos constantes-, son los que concursan. Algunos carteles pegados en postes de luz denuncian a un supuesto “envenenador de perros”, al cual invitan con palabras poco cordiales a retirarse del pueblo.
Mientras tanto, a cuatro cuadras de la plaza, el río Los Reartes no se detiene: es una serpiente que atraviesa la comuna de pies a cabeza y ofrece agua potable con sólo hacer un pozo de seis metros. Hay cinco barrios con dos mil personas. En el centro del pueblo hay un restorante que abre solo el fin de semana, cuatro mercados, tres panaderías, ninguna verdulería y un atardecer declarado en cada esquina.
En una de esas esquinas Ariel Freytes nos dice -con una sonrisa melancólica- que hoy su papá cumpliría 90 años y que en marzo de 1962 le compró a Frascarolli y Borgini una casona del año 1724 donde funciona la pulpería Don Segundo Sombra. En los años 70 su padre le pasó la posta a Ariel, que fue el pulpero del pueblo -además del caricaturista de Los Reartes- hasta 1999, cuando las deudas le llenaron las libretas y los parroquianos, los alambradores, los puesteros, los peones rurales y él le presentaron quiebra a la historia.
Ahora, en esta pulpería de ladrillos cariados donde la luz apenas entra por las ventanas hay dos adolescentes jugando al pool y un hombre -flaco, jean suelto, camisa a cuadros, bigotes; una especie de Don Ramón serrano- va haciendo equilibrio con dos cajas de vino y un cigarrillo entre los dedos. “Feliz primavera. Disfruten. Yo voy a disfrutar”, dice desde la penumbra. Y cruza la calle empedrada por la que antes llegó, presuroso a pesar de sus 91 años, el tío de Ariel y actual dueño de la pulpería.
Serios, cuatro muchachos juegan al truco, casi en silencio. Al lado de esa mesa, un hombre con pupilas dilatadas y rojas, bebe el segundo vaso de vino con soda que el pulpero le sirve sin que él se lo haya pedido y lo toma indiferente a todos. En la barra se acodan dos hombres que no llegan a los cuarenta pero parecen más viejos; todo parece más viejo acá.
La iglesia también es vieja, pero menos que la pulpería: se terminó en 1819 y le da la espalda al casco histórico, cuyos edificios fueron la semilla de Los Reartes. Los viejos dueños vendieron el 25 de junio de 1714 las tierras de la estancia Copacabana bajo condición de conservar ese cuadrado de tierra: las paredes de adobe y los techos de caña de la pulpería, los muros gruesos de la capilla, la casona donde funciona el restaurante Lo de Acevedo -que tiene 291 años-, donde una señora del pueblo nos juró haber visto al fantasma de Don Freytes, antiguo dueño de este lugar que supo ser la posta de quienes atravesaban el camino real.
Todo lo que sabemos de la historia de Los Reartes nos lo cuenta Alejandra, mientras andamos las calles donde ella creció. “Siempre fui muy oreja de la maestra”, reconoce mientras señala su escuela. Junto con Valeria, la directora de Turismo de Los Reartes, trabajan en el centro de informes del pueblo.
A Los Reartes lo atraviesa el río y las historias de habitantes que escaparon de las ciudades, como Norma, jubilada docente y voluntaria en la biblioteca, que llegó escapando “del ruido, de la inseguridad, del amontonamiento”, lo mismo que Jorge, panadero, que cambió Vicente López por este poblado. En la biblioteca Norma comprueba que aquí hay, año 2016, personas analfabetas.
“Son 2000 habitantes que en temporada alta se triplican”, dice Lucas, presidente comunal de Los Reartes durante la mañana y cajero del mercado por la tarde. En su gestión se construyó el destacamento de policía, el dispensario y la oficina de turismo, todo con el estilo colonial de aquellos años. Le queda a Lucas el asfalto de algunas calles, como la principal San Martín, que tiene sólo dos cuadras; el resto, cuando llueve, se vuelve un lodazal donde los caballos pierden las herraduras.
Por la mañana el sol asoma como caracol entre las sierras y va calentando el frío que dejó la noche. El canto de las aves y el agua del arroyo cuando pasa por las piedras son los únicos sonidos. El aire huele a hierbas y las calles de tierra se hunden en una calma donde Los Reartes, congelado en el tiempo, parece sentirse cómodo.
¿Cómo llegar a Los Reartes ? http://www.losreartes.gob.ar/como-llegar/
Distancias con otras ciudades: Córdoba 86 kilómetros, Buenos Aires 756 kilómetros, Mina Clavero 148 kilómetros, Villa General Belgrano 7,5 kilómetros.
¿Dónde comer?
Lo de Acevedo, Avenida San Martín sin número. Teléfono 03546 – 15451545. Plato recomendado: estofado de cordero con timbal de arroz. Budín de pan de postre.
Fotos: Esteban Raies